mardi 4 janvier 2011
trans blog Abelardo Muñoz (Cien años de Genet)
Pánico7en11
Cien años de Genet
Hace nada, en 1910, que nació el poeta, dramaturgo y escritor Jean Genet, uno de los iconos de la contracultura del siglo XX. Si los yanquis tienen a Burroughs, Bierce, Poe, Kerouack o Sallinger nosotros tenemos a Genet. Este francés apátrida, con aspecto de púgil como Juan Marsé, es de la banda de los Passolini, Lorca, Polansky y tantos otros creadores visionarios de un universo de libertad física y mental. Ahora se les llamaría antisistema, disidentes perpetuos, radicales en sus propuestas, trágicos y sobre todo, fieles a sí mismos.
Yo busqué, encontré y respiré la huella que dejo Genet en Marruecos, viví meses en una casa que alquilé en el barrio popular llamado Katanga, de los muchos que hay en Larache, ciudad portuaria a 80 kilómetros al sur de Tánger, en la misma calle donde él vivió su última historia de amor con el chico marroquí de Rabat que era su amante.
Esa casa fue su última morada antes de ponerse enfermo. Es un barrio sin asfaltar, entre dunas y bosques de pinos piñoneros que inclinan ante los riscos calcáreos de tierra roja que contienen el inmenso Atlántico. Genet pidió ser enterrado allí, y así se hizo, una sencilla tumba musulmana en medio de los restos del viejo cementerio español, rodeado de nichos y cruces semidestruidas, de ángeles rotos; siniestras lápidas de los jóvenes soldados españoles de la guerra del Riff.
Un lugar hermoso, al borde de la ciudad, un precipicio abismal sobre el océano frecuentado al atardecer por los jóvenes musulmanes para pelar la pava con discreción. Hace poco que el Ayuntamiento ha remodelado el lugar y ha adecentado las tumbas españolas, con sencillos túmulos blancos y la cruz. Pero Genet no tiene la cruz, faltaría más. Sigue con su sencilla tumba de tierra y con la escueta inscripción de su nombre.
Genet nunca fue un tipo cómodo en el universo de la intelligentsia parisina. Rompió relaciones con Sartre y Cocteau, viejos amigos y mentores, afirmando que lo habían dejado como una estatua. Era enemigo de lo intelectual, buscaba visceralidad, no prestigio ni gloria, estaba en la línea correcta. Marchó a África y encontró lo que buscaba.
Fue uno de sus amigos y discípulos ibéricos, el gran escritor, viajero y humanista Juan Goytisolo, quien tuvo que insistir para que hablásemos de él.
Más tarde, hipnotizado por los libros del gran Goytisolo (al que considero el “intelectual” número uno de este país) me instalé en la ciudad de Tánger donde conocí a a Mohamed Choukri y nos hicimos amigos de parrandas nocturnas. Choukri me regaló unas fotos impagables en las que se le veía a él bastante más joven con Genet en un garito de músicos gnawa, la música rifeña que Brian Jones y Paul Bowles fueron a aprender a las montañas de Abd El Krim y del hachís.
Tánger, la ciudad de un sueño, según Paul Bowles, emana la presencia Genet. Ese espíritu libre que no cree en las razas sino en las personas. Cien años después de su nacimiento el pensamiento contemporáneo más fresco le sigue debiendo mucho a Genet y su obra. Cien años después del nacimiento del mal llamado maldito Genet, seguimos luchando a brazo partido por los valores que el defendió. Jean Genet, ese tipo con cara de obrero portuario, de dulce mirada y mejor pluma, vive entre nosotros.
Abelardo Muñoz
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