samedi 12 novembre 2011

la cortesia y la carne (8) la quinta del sordo





Contra todo sentido común el primer mensaje aparente de buena parte del sufismo, al menos si accedemos a él por Rumí, es que la razón extrema de vivir es el amor. Quevedo, ante el puro sonido de este encantamiento religioso, sin querer librarnos de las delicias que pudiese procurar, artífice él mismo del encantamiento musical en tanto poeta, al menos nos pone regularmente los pies en el suelo con su pinturero prosaísmo, con la derrisión permanente de todo lo que existe en sí mismo.

Pintar guapas jovencitas que te dan conversación, que te incluyen en sus proyectos de tesis o algo así, grabando en su móvil todo lo que se te ocurre soltar mientras pintas, procura una idea de ese carácter, como diría Beigbeder, "féerique", de una representación que yo le iba contando a ella, mientras me grababa y posaba, que me remitía a las Inmaculadas de Velázquez y de Alonso Cano, pero que tiene que ver con la fascinación por los maniquíes.

Hay siempre una decepción en el cuadro. Pero en ese momento era la decepción de mi propia incapacidad para escuchar. Y si hubiese escuchado, el cuadro no sería el lugar de la decepción, sino la geometría sublime de la partitura.

En un libro de Velázquez, yo le iba enseñando retratos de Góngora y de Quevedo, y contándole quiénes eran. La influencia en los cubanos de la poesía barroca del lado de Góngora, con Lezama Lima, y cómo luego eso daría un Severo Sarduy, que deja cierta huella en la cultura parisina. Luego doy por sentado que ella sigue el hilo de este trabajo sobre Quevedo y de las grabaciones en que lo traduzco al francés. Y le hago notar la frialdad, la apatía, de Velázquez.

A Eve le digo que me ha salido un retrato de S. "muy de Goya". Y sólo ahora, después de haberme perdido en unos retoques que lo complican, comprendo la enormidad de la práctica del "disparate" del Goya tanto retratista como grabador. Hacerlo como Goya, no es el tema. "Bastante tiene la chiquilla con que la pinte un discípulo de Moebius", me digo, sabiendo que soy injusto, que posiblemente este tipo de chica no se habría prestado si se tratase de ese tipo de retrato.

Y me empiezo a preocupar :

De mi corte de pelo.

De que habida cuenta de que un buen peluquero solamente lo he tenido en Granada, en la peluquería Parcas, y en la persona de su jefa Africa, que me entiende bastante bien.

De que habida cuenta de que los cortes de pelo obligan a Eve a subirme la moral con una juvenil desenvoltura, pero que cuando me crece me da por visualizarme como Elvis un poco simplificado, demasiado "hombre".

De que habida cuenta que conocí un marchante de arte armenio que llevaba brillantina como salido de una película caricaturesca y que eso no lo inhibía para nada y gozaba de buena salud y no se le cortaba ni pizca el punto coqueto.

Pero que yo no me pondría brillantina.

Bueno, la laca también está claro que no me la pondría, porque agrava el efecto Elvis.

Africa me aconsejaba una marca de cera, un nuevo concepto en cuestión de cabello unisex.

Concluyo que un día de estos me compro la cera para pelo más barata que encuentre.

Bueno, me digo, está claro que estoy a la altura de Goya, salvando las distancias.




Realmente, hay que ser pintor para enterarse de que Ariosto con el Orlando y Spenser con su Reina de las Hadas, lo que cuentan son cosas que se cuentan en la peluquería. Tasso, por seguir con lo dicho, es harina de otro cantar. Y la alusión a Munch, particular no sólo a este retrato, por razones que conciernen a la vida privada de la modelo, sino de forma general a mis figuras, es pertinente para vincularme con la torsión tassiana del relato, desde el momento en que empiezo a utilizar la aureola de forma cada vez menos inocente.

Ahí es donde se alcanza a Goya, en el disparate fetichista que puede venir de la mano de Munch. En ese querer fascinar como fascina la vida. Por decirlo castizamente, con sencillez senil. Munch era a los ojos de sus contemporáneos de un mal gusto consumado, un mal alumno. Era evidente su superstición y su posible locura, pero hoy se puede uno dejar ir al juego de su locura y de su superstición, pensando quizá, o sin tomar conciencia de ello, que ya no perjudican a nadie, ni siquiera al propio Munch, a quien admiramos en vez de compadecerlo.



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1 commentaire:

Monica a dit…

que lindos dibujos, quien los hizo? la verdad que un re artista! estoy parando en un hotel en bariloche y en mi tiempo libre trato de hacer algunas ilustraciones