samedi 26 novembre 2011

la cortesia y la carne (9) anoche






Sobre la carne en relación al dualismo habría mucho que decir tomando como tema de estudio el "perfil intelectual" de Zinaida Hippius. El rompecabezas de un barroquismo como el de Quevedo, el laberinto de lo político en lo que tanto asemeja un oscuro Góngora, y solitario, su arte al de los actuales iluminados entre los que me incluyo, se verían resueltos por alguna Ariadna que transitase del amor cortés medieval hasta nuestra idea de progreso.

Mi hijo me acaba de recordar, cuando le hablaba de Pierre Merejkowsky y Pierre Klossowski como de dos "maestros", que "no hay ni maestro, ni discípulo", una aserción de Sexto Empírico que yo debí comentarle cuando era más niño y que no esperaba que él recordaría con tanta pertinencia.

Le recuerdo que la profesión de Sexto, y de buena parte de la escuela escéptica, era la medicina, y él me suelta una humorada más sonora aún, que ya no viene al caso. Si no, todo había empezado cuando mirábamos juntos la foto de Zinaida en la portada del libro de Temira Pachmuss. Yo había leído acerca de la controversia del amor a tres, que para los detractores de Zinaida, que lo asociaban a la pura gimnasia genital, venía a desmerecer de la elevación de todas sus otras ideas. Ahora, buscando la fecha de la foto de la portada, he encontrado una foto del apartamento en el que ella vivió en San Petersburgo, antes de exiliarse. Me encuentro siderado de reconocer un modelo de sofá parecidísimo al que, heredado de mi tía Conchita, yo tuve, ya bastante estropeado, los años en que viví en Granada en pareja. Me encuentro siderado también porque ayer o anteayer mi madre me consultó si quería conservarlo en mi taller, ya que no podía quedarse en mi apartamento, y yo, no sin nostalgia, le dije que no cabía en el taller, ya lleno de cuadros y libros.

La cifra del amor cortés es tres. El tres no supone sino un poder singular de la memoria para rotar en el tiempo, del futuro al pasado. La pintora y poetisa con la que yo vivía en la casa de Granada, Lía Guerrero, que me ha dado un hijo y un impulso especial en el saber hacer pictórico y la recitación de versos, era muy defensora del amor cortés, con un peculiar imaginario en el que a la mística de Zinaida, de raigambre, por lo que sé, rusa ortodoxa, venía a sustituirse el peculiar espiritismo de la santería colombiana, y especialmente el sincretismo cosmopolita de la magia bogotana, ligada al vanguardismo poético y al ingrediente urbano de tipo cabalístico, presente en el humor negro de la capital. La proyección sobre el progresismo marxista también era un ingrediente en nuestro caso. Nunca pudimos dejar de sentirnos minoritarios en una sociedad que se creía más lista que nosotros y que nos ridiculizaba como en su tiempo pudo verse como un contrasentido la sutileza difícil de encasillar de una rusa blanca y roja al mismo tiempo.

¿Y el verde cinabrio? ¿Y el verde esmeralda? ¿Y el verde oliva, más profundo todavía? ¿O el verde "vejiga", que de niño me intrigaba en su tubo pastoso y resinoso? ¿Era el verde lanugo de mi hermano Fernando? Antes de que naciese mi hermano, mi padre había hecho de mí un aprendiz avanzado en el aguafuerte, y me había recitado hasta hacerme memorizar : Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. El barco sobre la mar, y el caballo en la montaña.

Y más aún : Con la sombra en la cintura, ella sueña en su baranda. Verde carne, pelo verde, los hombros de fría plata.

En el colegio, Don Antonio, que nos daba Historia, nos explicaba este pasaje del poema como la imagen poética de una joven mujer que se ahogó en un estanque del Albaicín, nuestro barrio, cubierta de algas microscópicas, en un carmen o casa con patio de una calle que estaba cerca del colegio, y por cuyas rejas nosotros podíamos aún ver el estanque de ladrillo, vacío. Cuando nos explicaba la historia de crimen pasional de la ahogada, las niñas no perdían detalle y yo me despitaba totalmente, hasta el punto de que no podría decir qué pudo contar Don Antonio.

Y tuvo que llegar Lía Guerrero y mentarme a la Dama de los cabellos ardientes, del poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, poema que es un canto a la marihuana, a la manera en que otros simbolistas en Europa, como Baudelaire, escribían sobre el haschish. El verde seguía siendo botánico, de una u otra forma.

Solamente, en un paso por la soledad, leyendo el libro hebreo de Enoch, encuentro que para mí este color, presente en la mirada del ángel, viene a hacerme visualizar todo el bagaje errante de la judeidad. Sin necesidad de pasar por el esmeralda, de la mesa alquímica, de la piedra preciosa más característica de Colombia, también, me encuentro con el verde cinabrio, un verde también alquímico por ser uno de los leones o maridajes del azufre y el mercurio, de la doble posibilidad del solve et coagula. A pesar de todo, ninguna novedad, solamente una visión intensa de lo que ya estaba ahí. La judeidad estaba en el humor de Polansky, del que ya me hablaba en susurros mi padre en esa época en que yo sabía hacer grabados pero aún no escribir. La judeidad estaba en Lía misma, por su nombre y por sus antepasados en parte rusos.

Existe un primer momento en que hago uso del verde a título religioso, como cosmético de los ojos, y es en un gran formato a lápiz de color, extrañísimo, para el que Eve posó largo rato desnuda en una pose difícil, que enmarcamos con moldura de plata y protección de metacrilato, y que tuvimos que transportar a la exposición del Salón Edipo en furgoneta de alquiler, y que titulé Retrato de la madre de San Agustín, porque Eve ponía en escena al personaje de la hetaira Mónica en mi novela alejandrina Pleroma, que tiene una estructura teatral y de catecismo pornográfico en la tradición de las novelas de simulacros de Pierre Klossowski o del propio Marqués de Sade. Es uno de los cuadros por los que Elisabeth Roudinesco, la más importante historiadora del psicoanálisis francés, me felicitó con una gran sonrisa.

Si lo cuento todo de forma inmediata, aparentemente a medio camino de una carrera casi anónima, es porque justamente nada me garantiza poder contarlo ulteriormente.



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