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Prefacio y puesta en contexto :
Abelardo Muñoz me envía textos de diferente naturaleza desde que le propuse hacerle un sitio en este blog (un "transblog"). Ha habido algunos relatos, y yo tengo un especial cariño a sus escritos sobre flamenco y sobre el viejo rock de los Stones. Hay una semblanza de Jean Genet que sé de buena tinta que ha puesto a algún chaval a leer al desgarrado autor de "Les bonnes". ¿Por qué habría yo de someter a criterio este manifiesto? ¿Cerrar la puerta al aire del tiempo, al saludable ruido urbano del que abstraerse entre las cuatro paredes de una torre de marfil es todavía peor que soportar las posibles y necesarias disonancias? Vamos, que no le pienso tocar ni la ortografía... Abelardo es como es y si no hubiera sido como es, Eve y yo nos habríamos visto abandonados a los tiburones en una dramática encerrona que nos llevó a pasar casi un mes de sobresaltos entre Castelló y Valencia. No es mío el mérito. Eve compró un fenómeno extraño llamado Cartelera Turia y me señaló un artículo de Abelardo, en una noche de profundo abandono. Me dijo : "Éste es nuestro hombre". Se las apañó para localizarlo, nos vimos con él en una terraza y la movida que se armó en Valencia (con una exposición relámpago de mi obra más incómoda en la galería Color Elefante) lo cuento en el tomo uno del segundo ciclo de mis diarios : Desde el hotel 1, Santa María la Perdida, meligrana éditions, 2008.
Elogio de la pereza
(Manifiesto posindustrial)
A la memoria del matrimonio Lafargue
Todo el sistema que nos rodea está diseñado para castrarnos como seres capaces de cambiar las cosas. El entorno opresivo y por extensión el mundo. El veneno ancestral, inoculado de madres y padres a hijos es sobre todo el miedo. El universo podría ser un escenario de libertad creativa y goce, habida cuenta de que los humanos tan sólo disponemos de unas cuantas décadas para vivir en un universo colosal y atemporal que se mide por milenios y años luz. Si somos una puta gota en el océano de la vida, ¿porqué malgastar el tiempo trabajando como bueyes?
El miedo fabricó el Más Allá entre los hombres y luego vino la propiedad, de la tierra, de las mujeres, de los hijos; y sobre esos dos tótems de Dios y propiedad, tan extraños al espíritu humano, se estableció la violencia y la opresión. Esas ultra normas no llegaron del cielo, se las inventaron los primeros humanos por causas a la sazón razonables. La creencia en los espíritus (Dios) funcionaba como una droga, un trance, frente a la pesadilla prehistórica, de carne cruda y bestias feroces; luego, la propiedad fue necesaria para acotar la sexualidad de las primeras hordas de homo sapiens. Tenían que poner coto al incesto milenario para mejorar la sangre de la especie; y con la supresión de la tribu comunista, de todos con todos, llegó la propiedad de la tierra y de la caza.
Pero la propiedad y Dios ya no son necesarios en el milenio veintiuno. En primer lugar los humanos han abrazado la igualdad de razas y sexos como conditio sine qua non para el avance social; la familia, núcleo esencial sobre el que se ha cimentado la explotación y el poder, se ha dispersado. Nadie es dueño de nadie. Los maridos ya no son los amos de las esposas; los hijos ya no son apéndices de los padres. Una creciente y vigorosa sociedad civil y multicultural, sin distinciones fascistas de color o raza, avanza sin obstáculos. El crecimiento del capitalismo ha generado la superpoblación y el movimiento de gentes; y como ya señaló Marx, ese mismo sistema crea las condiciones para su destrucción. Pues el tráfago de personas entre continentes hace ridículas las fronteras. La perversidad del capitalismo consiste en querer controlar los movimientos de gentes mientras suprime trabas para la circulación mafiosa de sus capitales y beneficios. Marx y Engels sonreirían irónicos al comprobar cómo lo único que se ha socializado de verdad en nuestro tiempo es el capital y sus esbirros, la corporaciones del diablo. La familia se dispersa y aparece el ser solo, hombres y mujeres fantasmales que habitan las cavernas de las metrópolis. En un mundo diferente un hombre debería negarse a trabajar. Ya trabajaron demasiado mis abuelos, y sin cobrar un duro. La ecuación es clara, si el depredador capitalista necesita de la fuerza de trabajo para engordar, dejemos de hacerlo. En lugar de jugarnos la vida en revueltas, huelgas y revoluciones, crucémonos de brazos. Que trabajen ellos, los banqueros, los técnicos de alto estanding. Y si arguyen diciendo que sin trabajo no habrá progreso tecnológico les diremos que ese es un cuento muy viejo que no funciona. Queremos ver el bienestar de la especie ahora y no dejarlo como dudosa esperanza para nuestros descendientes.
Con todo hay que cargarse de paciencia; la historia humana es lenta aunque no tanto como la del universo inconmensurable que nos rodea. Creo que debemos dejar de lado ese peso insufrible de la cultura que nos ha precedido y enfocar las cosas hacia adelante.
Y si la propiedad es un robo y Dios no existe, ¿Cuál es nuestra ética de comportamiento?
No tenemos religión, ni Dioses ni líderes; sólo contamos con nosotros mismos; aterrados y solos en la selva de las ciudades inhumanas; perdidos en el laberinto de las inercias cotidianas, del super al cajero, del curro al cine; y los fines de semana dormidos en el opio televisivo. Reprimidos y culpables, como cartujos sicópatas que no ven más allá de sus narices.
Lugares comunes, mejor esquinas pateadas a lo largo de lustros; esas piedras que seguirán ahí cuando estemos muertos; inmutables y cínicas. Y las lágrimas vertidas serán la simiente de nuevas lágrimas, más allá de nosotros.
Entonces, mejor quedarse quietos; no hacer nada; no salir de la habitación que será nuestro último refugio. Y cuando tengamos que salir a la calle, evitaremos las miradas. Pues llegaremos a ese punto en que nada humano nos afectará. ¡Monstruos solitarios del tercer milenio, desuníos!
Abelardo Muñoz
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