Las señoras y señoritas en torno al circense
adivino se apiñaban
y todas le preguntaban
que mirase en el vino o en el agua corriente
qué cosa era, qué primera quimera
se habían perdido
en el amor herido
el mago suspiraba y mal despierto solo pedía
que le pagasen dos cafés y le dejasen
un beso estampado en la tarjeta de visita y un día más en Madrid
porque del veneno de la vid y del espejo intangible de la nube
nada sube y nada se compara al bueno y al viejo café
que sirven en el Gijón, como si nada.
adivino se apiñaban
y todas le preguntaban
que mirase en el vino o en el agua corriente
qué cosa era, qué primera quimera
se habían perdido
en el amor herido
el mago suspiraba y mal despierto solo pedía
que le pagasen dos cafés y le dejasen
un beso estampado en la tarjeta de visita y un día más en Madrid
porque del veneno de la vid y del espejo intangible de la nube
nada sube y nada se compara al bueno y al viejo café
que sirven en el Gijón, como si nada.
Mi novia es una pelusita, un vulanito del viento,
mariposea entrevestida y tiene frío,
Venus Afrodita, pobrecita.
Si tacones, si crótalos, si una guitarra,
el tiempo debajo de la parra
era para ahora,
y es la zarzamora y el madroño
del hotel más impensable de Madrid
donde se quedó nuestro amor de otoño.
El idilio es breve como la sesión
de sensaciones de una sala de espera,
y todo lo que pueda contar parece ñoño,
pero a menudo circula como la moneda
y contenta las miserias y es propina
de un encuentro previsto
o de un perfume de menta y de una rosaleda.
Frutas son las carnes en la seda,
alegres hojas secas
las inconsecuencias de los últimos solaces,
sin que nadie se haya dado cuenta
de que la escoba discreta de la tarde
se lleva para cenar el soso misterio
de tanto poema y tantos olivos olvidados de la adolescencia.
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