mercredi 26 octobre 2011

La cortesia y la carne (1)


και ο κυριους τω σωματι

(incipit de San Pablo que abre
El Cristo de Velázquez,
de Unamuno)

Cuando una conversación distendida toca puntos profundos y nos sentimos concernidos, como si los tiempos hubiesen pasado y hubiésemos vuelto a las distracciones de amigos alrededor de la chimenea, eran ocasiones cotidianas en las que podíamos felicitarnos de ser felices en la pobreza, porque los libros o la música nos permitían soñar que esos momentos eran eternos. Y sentimos vergüenza si ello nos ocurre hoy día, cuando las historias que vivíamos han sido tantas veces contadas y son tan conocidas como nuestro anonimato..,

El amor o la belleza, la diosa Venus, las representaciones del sexo, nos causaban alegría y la sensación palpable de una enérgica bondad. Hoy me impongo por ejercicio seguir la huella, para conocerlo, del amor cortés. En su travesía desde la Edad Media hasta el Barroco. Todo empieza con la shakespeariana eficacia de los sonetos de Quevedo, como pretexto más visible.

Los otros autores, como el más noble de todos, Juan de Tassis, Conde de Villamediana, y cualquier capricho de la memoria o de la vanidad, deberán someterse a la inmortalidad plebeya del amor de Quevedo, en lo que pienso darles a leer a ustedes y a mí mismo, que todavía no abrigo certidumbres sobre lo que debo escribir.

La mirada de las prostitutas que espían los efectos de la felación en la que andan ocupadas, cuando la captamos en un contexto como, pongamos, un cóctel de una inauguración artística, nos señalan tantas tristes lecciones sobre quiénes somos.,. Reinas del mundo, nuestra pintura expuesta se lo debe todo a las mujeres, hasta el punto de que la sofisticación nos hace componer lo repugnante junto a nuestras viejas alegrías. Entramos en el terreno sacrificial en el que la mujer desnuda se ve entrelazada a nuestros rencores, desplazada por la violencia de nuestros ajustes de cuentas. ¿ Qué diferencia entre Tristán e Isolda y la "mujer madura" de un poema erótico de Quevedo? En apariencia enorme, pero sólo cambia el gusto. Quizás necesitamos hacer justicia al tiempo para encontrarnos a nosotros mismos, para no despistarnos de nuestra situación.

¿Son las mujeres las que desean el Mal? Disculpen estos párrafos abruptos. Como esa frase de las epístolas de Pablo, que por el griego sé que nombra al señor y al cuerpo, términos casi técnicos de la dominación de burdel. Algo se ha perdido para siempre desde la irreverencia y lo irreversible del Quijote de Cervantes, del Tristram Shandy, del humorismo sarcástico de la Contra Reforma. No habrá sino hostales de carretera, y la picardía simpática del héroe fracasado. No es sino un canto del cisne de lo que se ha perdido, la aventura vital de Villamediana, escritor de un Faetón, reverso aún digno del caballero de la triste figura, y que se verá a veces simplificada, otras invocatoria, en el mito de Don Juan, o Don Giovanni, último ritual del caballero secreto.

El Barroco no ha querido conservar de los enamorados aristocráticos y pendencieros, como Tristán, Lancelot o los trovadores, sino la sombría delectación en el pecado y la shakespeariana crueldad de la verdad bien dicha. El dispositivo ha sido desactivado y no estamos sino ante una orgía de átomos de oro y de cobre, las penetraciones se exigen dobles o triples, la lógica de la vida ociosa y estricta del noble se ve sustituida por el trabajo de actor, lleno de ambición y de complacencia en la miseria. Se nos dan tundas de placer, por el mismo principio por el que se nos daría una paliza, el poeta es un esbirro de un amor no ya ligado a la sangre sino a la fortuna.

María Escribano me decía que le conmovía el apego de Quevedo a su cuerpo. Aún no he vaciado la maleta donde traigo la poesía completa de Quevedo, como si aún hiciese esperar a una mujer sedienta de mí. Empiezo a descubrir que todos esos fetiches o juguetes que son los libros, en tanto representaciones, son los glandes por los que nuestros muertos elegidos a lo largo de años, o heredados, nos escupen su esperma. Si compro con preferencia a autores femeninos no es sino porque el libro para mí está sexuado, siempre dentro de su rectángulo. Convengo que es prosa poética y que donde Quevedo habla obscenamente de vísceras sublimes, como su corazón de intrigante político, nosotros nos permitimos un contacto virtual mucho más cercano a su poesía satírica, pero tenso y peligroso como el de sus buenos poemas de amor para mujeres.

Donde no escribe el noble, escribe el esclavo, y los esclavos son doctrinarios. Esa es la ruina y el paroxismo del Barroco. Esa esclavitud general e insoportable, ese sometimiento sordo bajo presión, cumplen la función de la ceremonia y del deseo retenido con dificultad extrema del caballero andante.

Es lógico que el mismo volumen contenga, de la pluma de Quevedo, la traduccion de Epícteto, el filósofo esclavo. Casi me avergüenza sacar a colación el repertorio de miserias humanas, entre mendigos y monstruos, a los que Velázquez pone títulos de filósofos griegos como Diógenes o de escritores de fábulas esclavos, como Esopo, que sería explotado por un señor honorable como Samaniego, o por honorables franceses como La Fontaine. Todo por modernizar el verso, podemos pensar, pero queda que Esopo era esclavo y esclavo se queda.

Velázquez, con todo su virtuosismo entre el realismo y el naturalismo no deja respirar, ahoga la esperanza en un sopor de vapor de trementina. Prospera rápidamente de sus demostraciones de oficio y de efectismo en Sevilla, con la Vieja friendo huevos, hasta instalarse en la Corte con pasos "feutrés". Las conveniencias son millones de veces más severas que en el retrato que se podía permitir hacer más tarde Goya, jugando con la reputación como se juega con un gato que nos odia, pero que tenemos bien sujeto. Los psicoanalistas se aficionan a divagar sobre la geometría especular de las Meninas, son temáticas pesadas, sin la alegría de la vida que nos llega con menos estragos en Manet, quien tanto decía haber aprendido de Velázquez.

Entre medias tenemos la novela pastoril, que trata de amor, y de la que no se olvida Cervantes, y monumentos grandiosos como el Orlando Furioso, de Ariosto, The Faerie Queene, de Spenser, o la densísima Jerusalem Liberada (intentaré volver sobre Tasso, que me desconcierta como pudo hacerlo con su hermana).

Nos hemos convertido en instrumentos climatéricos cuyas cuerdas de nervio saltan al expresar los sentimientos o el gozo, sensibles ya en demasía a las caricias grisáceas del ejercicio triste del misterio. Para nadie son sagradas las novelas rosas, el relato de un flechazo, como tanta literatura beatnik, y los libreros se enriquecen con las obras del suicida a mismo título que con las timoratas putas de lujo o baratas. La escritora maldita escribe desde ese dolor. Para mí es crucial aquí, remontando unos siglos, una poetisa como Catalina de Siena, que fue testigo de la ejecución de su novio, por decapitación, si creemos a mi memoria, y que escribe cartas a los judios para convencerlos no sólo de bautizarse, sino de participar a la celebración de la Cena, donde el sabor de la sangre y la carne de Cristo están en la bebida y la comida, siendo ella perfectamente consciente de la amargura de la ambrosía, de su sabor a opio y sus efectos voluptuosos que deshonran a la conciencia, a la memoria y a la razón.

La sinceridad de Catalina de Siena queda demostrada por la elección de la secreción lacrimal como título de una parte importante del libro. Una mujer explica el significado de las lágrimas, y discurre metódicamente, con retórica, sobre la demostración fisiológica más poética y más triste. Se me ocurre que los riesgos del voyeurismo comienzan en la escritura, dejar fluir las frases es ser testigo de algo, y ese es uno de los grandes resortes de la creatividad que hay en el amor cortés.

La pornografía que estoy visionando, en una parte de la pantalla sobre la que escribo, a pesar de su producción hoy día industrial, es una demostración permanente de códigos y gestos enigmáticos cuyo significado es una literatura fantasma. La boca que recibe los dedos después de haberlos metido en el culo. La boca que recibe es, en sí, casi un motivo propio de una catedral consustancial a una suerte de sacramento pornográfico, Como la boca del Infierno que viene a ser hoy día el carácter interactivo y sadomasoquista de todo consumo, por necesidad o por ocio. De vuelta al cenicero, apercibo el teléfono entre los bártulos del suelo, hace un momento, a eso de las cuatro de la noche, yo estaba ya másturbándome y escribiendo al mismo tiempo, y sonó el móvil y me encuentro con una amiga poeta que me dice desesperada que otra amiga pintora no le paga las sesiones y que le va a hacer un proceso a través del sindicato de modelos.,. su voz es desgarrada como una voz de ménade y de Casandra. Primeramente le recuerdo que en la especie de clan que constituimos las poses son un intercambio entre artitas. Sólo secundariamente me percute a idea de que nuestra amiga pintora, que vive pobremente, ha hecho hace pocos días varias buenas ventas. Le digo "cálmese usted. Es normal que no se entienda con nuestra común amiga si usted se encuentra de forma permanente en ese estado de embriaguez y de delirio. Empiece por cambiar eso." Me dice algo incomprensible entre sollozos y antes de cerrar la conversación insisto en verificar si ha entendido bien lo que le he dicho, cuando me dice, con un breve silencio, que sí, le digo buenas noches y cuelgo. Me masturbo con desgana, me quedo enbobado delante de esos cuerpos que copulan de todas las maneras,

Esta amiga poeta estaba ya borracha la última vez que la vi en una inauguración, y me dijo que posaría con una expresión francesa equivalente a nuestro español "en pelotas". Después se puso a divagar sobre un liguero que pensaba ponerse y que me prometía que se parecía mucho al de mi pareja. Y terminó diciendo una frase poética : "mi cuerpo es nieto del cuerpo de Kiki de Montparnasse". Cosa que yo no puedo evitar preferir creerme a pesar de que ya me han advertido. Ahora visiono un bonus de un documental sobre Balthus... El viejo pintor sentado a la hora del té con su familia y la guapa niña que posó para sus últimos cuadros, enciende con mano temblorosa un cigarrillo tras otro, de tabaco rubio sobre el que no sabemos la marca, En la habitación donde debe situarse el motivo del cuadro la luz es muy difícil porque hay un contraluz general. El perro que se asoma a la ventana no tiene aún cabeza, como si fuese la otra mitad del perro de la Quinta del Sordo goyesca. La mujer japonesa del pintor propone tratar el cuadro con una expresión que confluye como un lapsus con la pintura china, "todo en medias tintas, entonces", dice.

Ciertos documentales son tan preciosistas y tan convenidos que la ausencia de música y de sinceridad no podrán nunca despertar un auténtico amor por la pintura. Empieza con una plegaria cheyenne escrita como incipit, largo silencio. Mi paciencia explota. Ya vi este documental antes, una navidad, y me chocó la amputación de los años que Balthus pasó con su sobrina Frédérique. La secuencia interminable y mal filmada de la visita al Louvre parece un encuentro diplomático de ciencia-ficción, muy poco elegante de la parte del autor del reportaje, Damien Pettigrew. Poco original, la sensación de que se repite mal una historia mal comprendida. Si no, se notaría. O yo soy idiota. Esos primeros planos sobre críticos de arte que resumen la lección, con sus caras sosas, esas voces de actores sin convicción, que ponen voz a extractos masticados.

Estábamos hablando de amor cortés en el Barroco. Voy a cambiar el disco y voy a intentar la ronda de citas y de lo que llamo traducciones performativas. Primero cambiar el disco. "Eldorado", la mentira de las víctimas que hace partir a los déspotas en una búsqueda sin fin, la versión de Aguirre por Herzog. A título informativo, por si la alusión pudiese iluminar mis reflexiones.

La madre de mi hijo, la pintora y poeta Lía Guerrero, con la que he vivido varios años, bromeaba siempre sobre "la malicia indígena". En el mismo cóctel al que me refería al principio, con su desfile infatuado, una señora, con el famoso "quel est votre origine?" parisino, hizo saber por primera vez a mi hijo, que me acompañaba, que no era blanco, sino mestizo, ya que su madre, pintora como yo, es una bogotana que le ha dejado escrito el achinamiento de los ojos en el rostro propio a los incas y los pueblos andinos. Un criterio del destino...

De mi parte empieza a aparecer el alargamiento salmantino del rostro de mi padre, y a veces mi hijo se vuelve de su perfil indolente y nos miramos a los ojos y parece que nuestro buen humor contenido es el mismo. Quizás los dos tenemos sangre judía, yo incierta, él una irrefutable bisabuela venida de un ghetto ruso, desde época de pogrom zarista.

Posiblemente el mundo de mi hijo esté más cerca del amor cortés que del Barroco, ya que no sólo le repugna lo excesivo en la forma, sino que exige la pasión siempre viva en el fondo. El equivalente de las frases cortas del diálogo por mensajes de texto telefónicos. Intensidad de las pocas palabras, como el romancero, y antes la épica desde el Mio Cid al Niebelungenlied. Al menos es lector de este último libro citado. Los video-juegos con diálogo andan también en esa educación de la frase.

Deleuze hace observaciones muy finas sobre el negro y el indio en el cine americano. En la película de Herzog ambos están presentes en un mundo que ya está participando de la dominación de los europeos, aún en la autodestrucción y en la aventura sin final de Lope de Aguirre. El desprecio por el enemigo o el mendigo no es el mismo que se tiene por el esclavo, al que se solicita intentando una retórica propiciatoria, imperativa o cómplice, según el viento de los tiempos. El mendigo y el enemigo no exigen ninguna retórica, y no los respetamos sino el tiempo de destruirlos y hacerlos desaparecer. El caramillo o aulo indígena, la flauta de Pan sólo pueden entretener al conquistador en una silenciosa destrucción sin punto de retorno. ¿Usted cree que puedo seducirla con una filosofía del refrito? Así había titulado uno de mis cuadros. No una hermenéutica, no una glosa o un comentario, sino contar historias como los amigos alrededor de la chimenea en el relato El Destino, de Zinaida Hippius. Pero la chimenea pertenece al pasado, las casas frías de Granada, las castañas, el lomo al trapo, las patatas.

La primera gran tentación que pudiera haberse presentado sería la de haber tratado el amor cortés desde una postura epistolar explícita o implícita, para escribir desde el propio simulacro del amor cortés, para engolfarse en la fantasía, es una fiebre que ya se me pasó con una primavera dedicada a ilustrar el Quijote por identificación con su faceta seductora, y a continuación con algunas secuelas poéticas que ha venido a cerrar con telón bordado mi trabajo sobre la Divina Comedia. Otras cosas nos puede dar Quevedo, que, como hizo el espiritista Diego Torres Villarroel en el siglo XVIII lo tomó como guía para hablar de la decadencia de la literatura y de la sociedad en general, en el libro "Visiones y visitas (...)¨.

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