dimanche 25 octobre 2009

migas

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Curiosa invención de la democracia, que no contradice la existencia de una clase dominante, en su concepción moderna. Los ejecutores de la clase dominante votan a la izquierda, para moderarse en su celo, y los pocos del pueblo que votan, votan a la derecha, supuesta fruidora de la clase dominante.

Fumo en la ventana, no tanto por las inflexiones de no dejar olor en la casa, cuanto porque ello modera mi consumo de tabaco.

En los periodos rococó e insustanciales de la cultura, se encuentran fulgurancias de conciencia trágica como Gracián, Diego Torres (hombre privado a la vista del público) o en arte contemporáneo un Jonathan Meese.

Si fuese mi propia pintura lo que les interesa, yo les diría, por poner una nota de humor, que va bien, que no se preocupen, que tengo todas las garantías de éxito para dentro de un siglo.

Lo que me fascina de Meese es que un siglo no parece suficiente distancia para apreciarlo, salvo que pudiésemos contarlo marcha atrás.

La bomba atómica es un prodigio de la ciencia puesto al servicio de la pulsión de muerte, la filosofía de Ignacio Gómez de Liaño es también un prodigio casi científico, pero al servicio del principio hermano gemelo de ésta, Eros.

Vayamos con la novela última de Ignacio Gómez de Liaño, Extravíos, y veamos lo que tiene dentro. La madera nudosa de un filósofo con sólida formación analítica y clásica, pero también otra cosa muy llamativa : Un mundo de poeta, torpe como el albatros cuando se encuentra en el suelo, de acuerdo. Pero, ¿cuantos novelistas españoles tienen hoy día ese mundo de poeta? De los conocidos, ninguno. En la novela de Ignacio, al margen de su preciso conocimiento de la teoría daliniana y de la vanguardia beatnik, tratadas personalmente, ambos juntos, dos mundos poéticos que dan mucho de sí, si son bien explorados, al margen, digo de estas actualidades, existe un diálogo formal con una época en que poesía y novela eran una, y alta cultura para mucho tiempo. Pienso en Tasso y Ariosto, que Ignacio se sabe de memoria, puesto que inmediatamente identifica los episodios en los cuadros de época, e igualmente en La reina de las hadas, de Spenser. Hemos abierto la novela al azar y hemos visto ese mundo de poeta, esa rara ave hecha para volar, pero es que siguiendo el ejemplo de los mayores creadores, Ignacio hace por su pericia novelística volar durante todo el libro el torpe albatros. Resortes de teatro que los novelistas no saben ya crear, bombardeo rítmico de la información sobre el mundo, que nos hace atesorar cada minuto de lectura, distancia y puesta en abismo del suspense, que no es molesto ni machacón, como en el cine, ni brilla por su ausencia, como en cierta narrativa, sino que conduce al sabio como una barandilla en la escalera del palacio de su memoria. Personajes de una discreción total, que no obstante hacen sonreir. La novela está conseguida, como lo estaban secretamente las anteriores. Tómense unos siglos y léanlas.

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