dimanche 11 juillet 2010

Lola's love letter (Abelardo Munoz's trans-blog)

Lola´s love letter

Amor mío,

LA CASA DE LOS MEGATRONCOS

Dice el escritor: “Lo ingrávido se enlaza con la sustancia grávida en una divina armonía de contrarios”, (*) y si lo primero, lo ingrávido, es ese sol suave que colorea las tejas de mi casa, tú, mi amor, eres lo segundo, esa materia cimbreante, grávida pero etérea en su insondable belleza, que llegará como agua de marzo a enjuagar mis melancolías.

El yermo lleva a la muerte; el río es la vida. Esta aldea vive en la contradicción de esos dos ecosistemas tan opuestos y complementarios.

¡Que bello es este lugar en la noche, las vigas marrón oscuro, como la tierra, sosteniendo la casa; eternas, como brazos ciclópeos de semidioses; sin tiempo, perpetuas en su contemplación del mundo; de objetos inanimados que se entrecruzan como pensamientos inmutables en el silencio sepulcral de esta casa remota y en ocasiones siniestra; esta bella casa

Madera sagrada, dispuesta con una técnica milenaria, morisca; realizada por un equipo de desconocidos y remotos aldeanos. Dicen los que ya no existen aquí, que mi abuelo Julián Blasco la construyó con sus propias manos y las de sus amigos, antes de casarse, como en un relato siciliano de Alberto Moravia, acarreando desde el monte cada viga de orondo pino; sin motores; con los machos arrastrando los troncos encadenados, por el suelo del desmonte, los grandes troncos. La estructura esencial de este edificio costanero, que trama el barro rojo, la arena y la paja de las paredes. Por eso amo esta casa, por su estructura devinciniana de megatroncos.

“La expresión estética llena de luz como una estrella, centro de amor y conocimiento, sólo puede nacer de la visión cíclica” (*)

Es ese ciclo mío en las montañas; esa repetición de sumergirse en una atmósfera atávica; siempre las mimas cumbres del rodeno cuajado de pinos, siempre las mismas caras que se cuartean con una dignidad que desafía el tiempo; siempre esos ventanos oscuros de donde jamás sale nadie. Siempre esos holas secos y hostiles. Esos manzanos desparecidos, esos aromas que jamás volverán. Pero, con todo, siempre las arañitas. Mis hermosos insectos aliados de la vega.

Las arañitas cazadoras

Ayer tarde, decenas de ellas tendían sus telas sobre el cauce de la acequía al atardecer. Todas quietas esperando a los incautos voladores sobre el agua semoviente. La visión al contraluz del sol de la atardecida de ese ejército de arañitas que, en perfecto orden de combate y sin molestarse unas otras, esperaban en orden la caza; como marines que han tendido sobre el cauce sus redes camuflaje; eso era la visión de Dios. O sea, la Naturaleza con mayúsculas. Porque no importa que las acequias sean ya de cemento y los ribazos de floresta hayan desaparecido; ellas, mis arañas geanas, siguen tendiendo sus hilos maravillosos, sobre las veredas.

Me dejé entonces llevar por la fascinación del asunto y tendme sobre el camino para observarlas mejor. Cuando un insecto caía en la trampa, la arañita se dirigía rauda a esa zona y se zampaba in situ a la victima; luego, y eso es la esencial, regresaba al vértice exacto del circulo de su trampa, allí donde está el punto central de la estructura; el ojo pineal, para, inmóvil como una piedra, esperar al próximo incauto.

Tu, delicia mía, deseo perenne, eras la ingravidez del amor que se disfruta tanto de cerca como de lejos. Quintaesencia de mi erotismo tortuoso (esos muslos, ese vello, esos ojos, esos labios, ese pelo, ese ombligo, ese cuello…).

Y no digo que no podría aguantar la soledad. Aquí, con los libros manoseados por tres generaciones, ediciones inauditas que se remontan a los años 20, las músicas de Beethoven y Bach; el olor de la leña, la divina sequedad del aire fresquito de la noche; la calidez de las mantas en el silencio sepulcral de la España feudal, odiada y querida a un tiempo; nada de todo esto tendría sentido para mi si no te amara, odalisca mía, carnosa y más cercana que las del divino Ingres.

El bueno de Valle era como nosotros. Fumaba como un cosaco, si no, lee con el mismo regocijo que yo tuve, esta cita del mismo delicioso breviario, en una visita a la ciudad de Toledo:

“Toledo es alucinante, con su poder de evocación(…)Esas piedras viejas tienen para mi el poder maravilloso del cáñamo índico, cuando dándome la ilusión de que la vida es un espejo que pasamos a lo largo del camino, me muestra en un instante los rostros entrevistos de muchos años”.

El señor Inclán, escritor excelso, fue el primer hippie.

Te quiere, tu novio valenciano
Abelard

(*) La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales de Don Ramón del Valle- Inclan. Ed.Rua Nova. Madrid 1942

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