mardi 31 janvier 2012

carta a mi madre (notas para un cuento prometido en la coyuntura de la vida)


Querida mamá,

he soñado una fábula hibernal de mi propia vida, y como pendiente de un hilo queda la historia al despertarse antes de que el sol salga, lo que me lleva a intentar anotarla, a pesar de que tu nieto que duerme en el sofá ha oído mi silla crujir y me ha pedido que me acueste y apague la luz azul de la pantalla.

Tu nieto habla, como lector de ciencia ficción que es, de mundos o universos paralelos al nuestro en los que nosotros existimos, con los mismos recuerdos, pero algo ha cambiado por dentro. Así son los sueños. Personas de una resonancia que viene de la infancia se encuentran acogidas en ellos como los pobres en un hospicio durante los tiempos de caridad y destemplanza. El viejo cuento de la niña perdida en las montañas, en un rudo invierno, muertos sus padres por los lobos, que tú me leías en momentos aparentemente difíciles en aquel ático donde todavía faltaba por nacer uno de mis hermanos. Tú misma habías coloreado en tiempos de posguerra, de horfandad y de angustia las ilustraciones, y al final la niña, que había enrojecido con su sangre, al crecer, los cristales de cuarzo de una cueva o escondite, volviéndolos granate, llevaba en sus pobres faldas la posibilidad de ser feliz.

He dicho a Baltasar, tu querido nieto, que por fin había encontrado en sueños las ideas para el cuento que había prometido escribir "a la abuelita". Que solamente iba a anotarlas para que no desapareciesen. Pero ¿qué hacer? Montones de cosas circulaban mezclando mis nostalgias y mi dolor en la mandíbula a personajes de todo tipo. No faltaba el ogro, personaje que uno llegaba a comprender en lo profundo de la noche, y que tenía esa inocencia de los personajes policiacos con los que la gente común pasa el tiempo entre cada penosa jornada de estéril e inacabable trabajo, a condición de que exista un horario, una dosificación del mal gusto del esfuerzo y del mal gusto del descanso. Era un hombre rico en esas mismas montañas plagadas de lobos, un solitario que daba pena, pero dispuesto a confesarse caníbal, a convertir en prostitutas a todas las jovencitas dispersas en los caseríos de esas rutas de montaña. Incomprensiblemente, yo le ofrecía mi espalda por asiento y en otro momento su mano de extraño aproximaba la palma del destino a mi cara para hacerme sentir vergüenza en una de esas tertulias al borde de la carretera, bajo el sol de la sierra Arana, en las que el cotilleo de lo más horrible puede ser alegre mientras el día es joven.

Muchos elementos debieran ser anotados, la carta o el cuento se podrían dirigir a muchas abuelitas de universos míos. A Susana, la chica de la que estaba enamorado con más claridad en la confusa y absurda Universidad. A Sarra, que ahora hace poco que conozco, y que tiene la edad que tenía Susana, y se le parece en lo guapa y en lo inteligente, y también, como tú, como la niña del cuento, en una cierta horfandad y valentía, en la sangre del granate y en mi amor por ti a través de la evocación de este sueño.

Aparecía Lord Byron, que era yo mismo, héroe angelical y equivocado, finalmente una dulzona quimera masculina de la escritura y de lo efímero del zángano, solamente necesario en el amor.

Yo era ya entonces el padre de Baltasar, eterno muchacho despierto. Yo era ya entonces el pintor español que le quitaba la mujer ideal a Paul Eluard. Yo gritaba en la ventana un breve sollozo para despertar antes que los demás y poner agua en el fuego, y café y achicoria, como nunca más debería faltar, llorando de impotencia en un invierno futuro en esa montaña donde la leña para calentar la chimenea requiere enfrentarse a tantas cosas, y donde el calor y la luz del día parecen pertenecer a otro universo paralelo que nos han quitado.

Tú seguías llamando por teléfono desde Granada, y esa princesita que había venido a pasar frío, a vivir penalidades pensando ser feliz, en esa montaña con ogro, con la conciencia de haber renunciado a un buen esposo inicial, con el peso de mi desesperación sobre su tierno cuerpo, con el propósito firme de quien se atreve a entrar en mi sueño, respondía a tus llamadas con admiración por ti mayor aún que la mía, como si su madre fueses tú y ella no tuviese ninguna.

Me acordé de que el parecido con Sarra, de que el parecido con Susana, perdidas de jóvenes la una en París y la otra en Londres, me hacían pensar en cosas disparatas y bellas que dan idea de la trágica felicidad femenina. La Virgen María, personaje al fin y al cabo de ensueños y de cuentos, madre y niña casi. Las modelos curvilíneas o los óvalos vivientes de la pintura de Rafael, que es el equivalente de Lord Byron en pintura dentro de mi universo onírico. Las heroínas de las novelas románticas y de una novela reciente escrita por una amiga que he querido, y que me quiere con una misteriosa resignación.

Todas estas notas no pueden ser un cuento, yo no soy capaz de contarlo. Primum vivere, deinde philosophare, también esta máxima latina sonaba en el momento. Ahora amanece, la ausencia de Eve se parece a la ausencia de una Biblia cuando uno siente la muerte. Baltasar se despierta temprano, con su discreto despertador y me hace notar que desde las siete, oscuro despertar, no he parado de trabajar. Y comprendo que él ha aceptado llamar trabajo a esta especie de artesanía del vivir que son los sueños, porque lo que él hace en la escuela todos los días es también del estilo de su padre, y de sus abuelos, y me mira de lejos y me ve pequeño, como tú también sabes verme en mi nombre, letra muerta que se anima de espíritu bello, Mesías y sufrimiento, padre de tu horfandad e hijo de tus trabajos.

Buenos días, desde París,

Manuel