Querida S.,
Adivina qué estoy escuchando. Un loco de voz carrasposa, sobreaguda y cavernosa a la vez, cuenta estracciones de esperma en los ¿colegios? americanos. Poco después sus asistentes se unen al griterío. Hablan de caca y de guerra. De productos de síntesis y de soldados. No te equivocas si piensas y aciertas que es algo hecho para acabar con el juicio de Dios, a fuerza de gritarle en los oídos. Es la grabación del poema de Antonin Artaud.
Qué voz de loco, de loco de asilo, por momentos. Y cuando es serio, la enormidad de lo que dice hace el resto. Para mí, como me ocurre con Sade, resulta balsámico, medicinal, este reencuentro con la locura.
Ahora vienen sus cantos de empeyotado. La voz de su amiga María Casares, temblorosa y lúgubre. Seis hombres, uno para cada sol. El séptimo sol, vestido de negro. Caballos. El suspiro de un tambor y de una trompeta larga. Es la voz de una monja delirante. Los agudos, que escapan a cualquier profesionalismo. Que hablan quizás de la masacre que había tenido lugar en Europa. Es el año 47. El mes de marzo.
Perder el ser o no hacer caca. Hay en el ser cierta cosa muy tentadora para el hombre... Imaginemos un marqués de Sade psicodélico, totalmente colocado.
¿Es Dios un ser? Tradición francesa.
Cómo en nombre de la anarquía se rehúsa el sometimiento a una ley no lo suficientemente malvada. Después del orden de este mundo hay otro. La voz de Paule Thévenin, la amiga fiel de Artaud. Los hay que dicen que la consciencia es un apetito, un apetito de vivir. Y existen los que viven y tienen hambre sin tener apetito. Es increíble como se parecen la voz de Paule Thévenin y la de Soraya Cianzo. Es algo que hay que escuchar lentamente.
No es el sujeto frío del art brut de Domsic, Kosek, etc. Hay en Artaud un impulso filantrópico, aunque más como maestro que como reformador, ya que no podía ser de otra manera. Sus pronunciamientos en favor de los indios, justo después de la Guerra Mundial. Es muy juvenil en su senilidad. "Ríanse todo lo que quieran, pero eso que hemos llamado microbios, es Dios. Habríamos inventado los microbios para imponer una nueva idea de Dios."
El cuerpo sin órganos es una utopía cruel, blanca como la de Sade. Una mímesis, pues del fantasma contemporáneo en la cultura. Se termina con un tamborileo que me recuerda la Semana Santa en Granada.
Bueno, con el final del disco cierro yo también mi correo, de momento.
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