Novedades francesas.
Sin saber para qué revista, me pongo a escribir este artículo, exorcismo y bálsamo. Ortega los hacía así, con lo último que estaba leyendo o curioseando, seguro de quedar bien. Yo escribo desde una posición menos confortable, pero con la añoranza de tranquilidad que se lee en Ortega.
Por lo que he podido ver, se acentúa el divorcio entre la escuela etnopsiquiátrica y el psicoanálisis. La etnopsiquiatría, empero, echa sus raíces en la antropología y en Freud. ¿Por qué ahora esta ruptura? Inicialmente, la escuela, que aprovecha las aportaciones mestizas entre psicología y antropología de psicoanalistas freudianos como Ferenczi, Róheim (tan citado por nuestro poeta “lacaniano”, Leopoldo María Panero) o el propio Sigmund Freud (en Tótem y Tabú) viene a aglutinarse en torno a la figura de Georges Devereux, psicoanalista y antropólogo. Hasta ahí se mantiene en la ortodoxia freudiana. Varias traducciones al castellano de Devereux nos son conocidas. En Icaria su libro “La vulva mítica”, y en Seix Barral el conjunto de los “Ensayos de etnopsiquiatría general”. En sus ensayos posteriores sobre el arte griego se desarrolla por un lado una estética de la sublimación (en el sentido freudiano bien conocido) a través del genio y la técnica del poeta o artista, y, por el otro, se profundiza, con la ayuda de la inmensa erudición de su autor y de su experiencia en trabajos de campo, en el estudio antropológico de la Antigüedad.
A la muerte de Georges Devereux, a principios de los ochenta, toma el relevo en la dirección de esta corriente su discípulo Tobie Nathan. La escuela entonces se vuelca en la clínica con pacientes emigrantes llegados a Francia. Del estudio de la especificidad de los síntomas y las necesidades respecto a la terapia de estas personas “no-occidentales”, Tobie Nathan y sus colaboradores extraerán conclusiones que dan un vuelco a las verdades del psicoanálisis. Se pone en duda la validez universal del complejo de Edipo, por ejemplo, o se critica el racismo de Freud en Tótem y Tabú, cuando atribuye a los africanos un estado de neurosis infantil permanente (conclusión de Freud en relación a los llamados cultos fetichistas, un tanto precipitada en efecto si consideramos que, después de todo, nuestros griegos tenían una relación similar con sus estatuas). Aquí al lado tengo dos libros que ilustran la ambivalencia de esta posición polémica con el psicoanálisis:
- El primero se llama (me permitiré traducir los títulos en adelante) Psicoanálisis pagano. Su primera edición es de 1987. Aunque Tobie Nathan lo llame “pagano”, su psicoanálisis sigue teniendo en Freud un punto de referencia, aunque sea susceptible de matices. El libro combina de forma muy atractiva la erudición sobre mitología y religión griegas con la antropología de las culturas africanas, agrupando ambos fenómenos bajo la definición de paganismo y poniéndolos en conexión con la terapia analítica. En él se apuntan algunas de las singularidades de la actual clínica etnopsiquiátrica: la presencia de más de un terapeuta (sesiones “asamblearias”, podríamos decir) o la puesta en un mismo plano de dos etiologías posibles: la científica y la cultural o religiosa.
- El segundo es una obra de teatro, escrita en grupo, titulada La perdición de Freud. Con algo de parodia del Fausto de Goethe en la letra de su título francés, la obra nos presenta la ficción de un tiralleur negro de la Primera Guerra Mundial, que recibe tratamiento en el gabinete de Sigmund Freud en Viena. Con una acidez y un sarcasmo ilimitados los autores denuncian los prejuicios de tipo racista que, como hombres blancos, tuvieron Freud y la mayoría de los primeros psicoanalistas, colocados frente a un paciente “primitivo” o de otra raza. Las pretensiones de asepsia científica y de “método” revelan ser una coraza para protegerse de quienes son diferentes, forzándolos a convertirse en ilustraciones ridículas de las teorías de los occidentales.
En otro orden de cosas, y por quedar de momento dentro del mundo de lo psicoanalítico, he tenido ocasión de leer un pamfleto antilacaniano que podríamos traducir como La “copista” de Lacan. La autora, Maria Pierrakos, fue durante años la persona que estenografiaba y pasaba a limpio los seminarios de Jacques Lacan. Explica que se sintió despreciada en su trabajo, por un lado, y por el otro enumera todo lo que considera “fundadas refutaciones” de las teorías lacanianas.
Debo decir que, un poco a su pesar, el libro de Maria Pierrakos es inmensamente cómico (y desde luego eso basta para justificar su lectura) por su obstinación y por la cantidad de observaciones “retratísticas” y de anécdotas. A partir de este tipo de materiales M.P. levanta contra los lacanianos ¡y sus pacientes! una acusación general de cinismo moral y formal. Como cuando, citando a Houellbecq, dice que: (traduzco libremente los adjetivos en femenino “connasse” y “pétasse”) el psicoanálisis sirve para convertir a un pelmazo en un caradura.
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Para un lector extranjero que no sea parte de la vida cultural francesa adviene un apasionante aluvión de preguntas: ¿Ha salido ganando la etnopsiquiatría con el paso a la polémica? ¿Está caducado el psicoanálisis lacaniano después de la venganza de la persona que lo pasó a máquina? ¿Estos dos fenómenos, escandidos en el tiempo de forma distinta y ambos con su epicentro en París, son realmente tan opuestos, tan ajenos el uno al otro?
Una diferencia de tipo estilístico separa, al margen de las innovaciones teóricas, los libros de Georges Devereux de los de su sucesor. Ustedes juzgarán el sentido que hay que otorgarle. Si la escritura de Tobie Nathan pasa rápidamente a la polémica no es sólo por su acidez. Lo es también por su impacto inmediato, su eficacia: sea porque escribe en forma de diálogo, porque elabora los casos clínicos con un sentido del suspense y de la elegancia de estilo que hace de ellos verdaderas mini-novelas, o porque sabe cambiar de registro con habilidad, se trata siempre de una escritura que interpela, como a veces algún inquietante título de libro suyo (El esperma del diablo). El estilo de Devereux es más pesado, más abrupto, aún siendo personal y con eventuales confidencias. Parece descubrir las ideas en el momento de escribir, buscarlas con esfuerzo a través de la escritura, marca de estilo muy extendida entre filósofos y psicoanalistas, cuando no en los novelistas con “voz interior”. En su descargo debo decir que dos terceras partes de lo que he leído de él eran traducciones, pero creo haber podido confirmar mi impresión en el tercer tercio.
No obstante, la crítica de tipo estilístico que, en el otro tenor, ha hecho Pierrakos a Lacan, a saber un exceso de poeticidad, puede ser aplicada a Tobie Nathan igualmente. ¿Tiene ella razón o por el contrario es la poesía, como lo fue en los presocráticos, un registro sublime de la Ciencia? A pesar de su alejamiento polémico, lacanianos y etnopsiquiatras tendrían en igual medida algo de artistas. Por supuesto, como con todos los artistas, el que acude a terapeutas así debe tener con ellos el mismo olfato para distinguir al genio del simple imitador que debe tener un buen coleccionista de pintura o de artesanía . El mismo concepto de Inconsciente en que se apoyan unos y otros (los unos como estructura de orden lingüístico en el sujeto, los otros como diversidad inexorable) presupone la utilidad de la metáfora en terapia para actuar sobre el núcleo del alma, y no sólo de la metáfora ejemplarizante como en el conductismo, sino de la que se abre sobre el infinito (matemática en unos, arcaica o arcaizante en los otros, paradójica en unos y otros si se pretende que sea activa). Unos y otros, si nos atenemos a la acusación lanzada por M.Pierrakos, operan por medio de paradojas. ¿Y por qué no conceder el socorro de una paradoja al que viene aplastado por el peso de una lectura unívoca de su síntoma, o por la imposibilidad de conjugar la interpretación que le viene dada a su síntoma con una interpretación que “no fuese la misma” ?
Otra cuestión de estilo sale a la superficie, el gusto a la vez metódico y caprichoso, que era propio del estructuralismo y que perdura. ¿No podemos leer acaso como un hecho relevante del mismo tipo de ambición la insistencia de Tobie Nathan en los objetos, siempre investidos de virtualidad, propios a las prácticas terapéuticas tradicionales (fetiches, talismanes, filtros, perfumes, tatuajes o escarificaciones, etc.), cargados de sentido, o los mitos, igualmente entendidos como máquinas de producir sentido, respecto a la insistencia de Lacan en las fórmulas o los matemas, como evidencias de la estructura emergente? No es inoportuno hacer notar que, aunque el tiempo haya pasado, uno y otro se reclaman lectores entusiastas de Claude Lévy-Strauss...
Reconoce Maria Pierrakos que la mayoría de los psicoanalistas y psicoterapeutas de su generación, aún los no lacanianos, han intentado informarse sobre la obra de Lacan, y aunque hayan podido disgustarse con su hermetismo, frecuentemente han hecho suyas algunas ideas-fuerza, o el simple talante estructuralista que la impregna. En el porvenir ocurrirá algo parecido, cada vez que se establezcan dispositivos terapéuticos con inmigrantes, con la etnopsiquiatría, que será usada o estará presente en los gabinetes, siquiera sea, como diría Loyola, como “gusanillo de la conciencia”.
Manuel Montero.
Granada, junio, 2004.
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2 commentaires:
y cuando está en español, me cuesta, el lenguaje, a la vez que revela tapa.
Muchas gracias, me parece un retrato perfecto lo que acabo de leer sobre las corrientes estructuralistas del pensamiento de la etnopsiquiatria, gracias por usar el español.
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