(sueño confuso con Dahlia)
El acuático nenúfar se ha olvidado de que fue mujer, de que fue hombre,
de que fuimos nosotros los pétalos gloriosos de su triunfo sensual,
su nombre se escribe en mis sueños, esdrújulo y especioso,
y un jardín vecino lo aloja al lado de mi casa, fiestas sin palabras,
música nocturna, la flor se abre sin certeza, y nuestros cuerpos
están cerca como las drogas y la muerte, como el amor y la violencia.
Tantos nombres existieron que el sentido sólo es resumen de ese estanque
donde las carpas deslizan parcas fuego y humedad en la tibia descomposición del alga.
La gala del sueño es el silencio y la campana apagada de una existencia desconocida.
Las hojas hablan un lenguaje de plata lunática y de muriente y de risa apagada.
Las hojas del árbol se quejan de la deriva del loto y de la suerte traidora,
sin otra razón que la moda caduca de la alameda y de su fiesta,
desperté mucho antes que el mirlo precursor, en la hora funesta de la caza,
y pregunté si acaso yo era la cena ofrecida al discurso del olvido.
Se me respondió con sorprendente belleza y con lujo en el humo,
se me ungió de perfume y se me lavó en secreto, con caricias.
El nombre de la dalia, por ejemplo, era una oblea de infancia disoluta
y los usos de la pereza volvieron al agua de mi alma. Yo sabía
que la presa del búho y el crimen respira en cada loto, que el cielo
es el coto del ave y la noche mi culpa indiscernible por la que me encadenan.
Penando las almas lavan sus verdes melenas en la boca de los peces insomnes,
la mística y el despiste del pobre cortesano agitan el sistro inefable de Isis,
ése soy yo en el rito presente, el flaco sacerdote, el parásito sagrado,
el encargado del olvido, el anverso y el reverso del lino y la seda.
...
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