jeudi 21 février 2008

Manuscrito II (espagnol)

Vea, ya lo he leído todo, en esta gruta…
Me muestra un pequeño papel en el que ha debido abocetar alguna cosa.
Tome por ejemplo el primer libro al azar que saco : El círculo de la sabiduría : si bien su teoría o tesis de base es osada e interesante, a saber, un origen mediterráneo de los mandalas tibetanos, via el gnosticismo cristiano y maniqueo que hace la ruta de la seda, por mucho que la estructura diagramática de estos préstamos sea aún más escrupulosamente remitida a un origen clásico, griego y judío en un libro del mismo autor que he encontrado colocado al lado : Filósofos griegos, videntes judíos, bien que esta tesis osada, forjada previamente en el estudio del arte de la memoria de Giordano Bruno, no sea más que el pretexto para desplegar en complejas y eficaces estructuras diagramáticas los datos actuales sobre las diferentes escuelas del gnosticismo y bien que su lengua española alcance grados de elegancia y de sutil riqueza desconocidos en ese país desde Gracián, sigo pensando que no ha sido útil sino para justificar pérdidas de tiempo. Compré los planisferios del Cielo en metal en el Louvre, para seguir en todo instante las connotaciones astronómicas de los momentos de mi lectura, concebí la idea de elaborar una nueva Divina Comedia en concordancia con la gnosis antigua y empleé años en la construcción del Cosmos… Ocurre en la escritura como en el dibujo. Se prevén los movimientos que deberán hacerse. Después, hacerlos como cosa sabida. Así que seguí mi natural lúbrico y habiendo ampliado mis conocimientos conté una historia de burdel que nadie ha querido escuchar y que me ha hundido en el desvalimiento…

Me parece bastante penosa y triste, su historia, contada de esa forma, iba a decirle. Pero se acercó todavía más a mí y me susurró al oído:
El eterno femenino nos agota en toda esta gimnástica erudita.
Somos seducidos por la mujer prohibida.
Se nos conduce a ideas de santidad que nos vuelven inútiles.

El verdadero Edipo no es tan fácil… Tome el libro de Nahal Tajadod que se separa de los otros de una forma radiante y misteriosa : Mani, le Boudha de Lumière. En los otros ella hace pastiche, docu drama, pero ahí, gracias a los artificios tipográficos de una obra más académica, se muestra extrañamente seductora : ofrece esquemas, listas, traducciones, un catecismo maniqueo que ocupa en caracteres chinos una buena parte del libro, el resplandor de la ocasión de conocer una religión tan mal conocida, que fue la del joven San Agustín y que volvemos a encontrar mezclada al taoísmo y al budismo en China, la fama de revolucionarios de los maniqueos, que a través de los siglos llega incluso a mayo del 68… Todo ello habría quizás bastado a hacerme discretamente interesado en su lectura. Pero nunca la letra se presenta sin su obsesionante feminidad.
Una tía muy querida me procuró el libro, haciéndolo llegar por correo. Lo coloqué ahí, con los otros.

Bienvenido al mundo de las tías, interrumpo. Yo tengo una también, muy querida.
Si fuera tan simple… Pero yo debía la nota a un deseo adulterino. En esa ocasión las mujeres se multiplicaban alrededor de mí cada vez siendo más eruditas. Yo vivía con una poetisa que estaba embarazada de mí, vamos a una fiesta al barrio antiguo, a casa de un escritor, y una joven parisina se presenta a mí ofreciéndome sangría y hablando de patrística, que es de hecho mi asignatura más secretamente preferida.
Uno o dos años transcurren en diálogos a tres, después a dos cuando cada vez mi poetisa se duerme con el bebé, en el otro cuarto. La persistente presencia en mi espíritu de esta parisina, cuya belleza física es incluso más abrumadora que la extrema erudición. Vierto todas mis angustias en cartas a mi tía, contándole el parecido de esta parisina y de ella más joven. El libro llega. Me siento provisto de todas las mujeres que amo, y además de la autora a la cual atribuyo los mismos encantos físicos de las otras tres. Mi pareja estalla, la parisina enferma de una extraña melancolía, mi tía también. Cambio de ciudad varias veces y me vuelvo adicto a dosis patológicas de café.
Yo reputaba al café ser una quintaesencia alquímica, una suerte de oro potable, de obscuridad, de luz, pues, hecha nutriente del alma, la dieta maniquea más actual : de hecho, el café ha sido, incluso con la fuerte ansiedad que me inducía, una especie de fuerte antidepresor que me sostuvo como un fantasma en ese desastre.

Me parece, deslicé, que todo eso es culpa de usted, y no del libro…
Coja usted otro, poco importa, y verá a lo que quiero llegar…

Esbozo un movimiento hacia la estantería, pero enseguida el hombre se interpone para cerrarme el paso.
¿Conoce usted al poeta andaluz José A.Valente ? Mi parisina nos había enviado en otra época libros de él, añade como de paso.
Por supuesto. Me parece que fue, digamos, apadrinado por el cubano Lezama Lima en los años 70, hago ademán de comenzar a desgranar mis conocimientos sobre Valente.
Y bien. ¿Ve usted la estatua con las seis mujeres ? Usted creyó probablemente que representa a Marcel D. o a Claude L.S., pero yo pienso que es Valente.

Guia Espiritual de Miguel de Molinos. Para una de sus ediciones, la de Seix Barral, Valente habría escrito un prólogo titulado Ensayo sobre Miguel de Molinos con cierta cantidad de detalles sobre la polémica y el proceso que condujeron al autor a las prisiones de Roma. Pone el quietismo de Molinos en relación con el budismo zen, y se leen con intensa delectación esas pocas páginas sobrias y violentas.
Es un libro purpúreo, sellado de los delfines de S.B., protegido por una camisa de celofán, guarnecido de una banda con slogan sensacional del tipo de edición propia al Destape, como se llama en España el fin de la censura franquista.

El hombre parece súbitamente soñoliento o borracho, a sus ojos asoman las lágrimas, y como blandamente se reposa sobre mí, su mano temblorosa en mi nuca, y me dice que sea bueno, que no olvide ni descuide las tareas domésticas, incluso si hace falta fregar los platos o barrer en la noche, airear la casa…

Hay un Arte que es reconocible, poco importa el contexto.
Piense en todos esos buenos alumnos de la librería Praga.

Qué angustia de comprobar que el Arte está en todas partes…

Una figura asombrosa se acercó a nosotros, la cabeza y los hombros cubiertos de movientes y grises ratones. Estaba vestido de cura, era rubio. Tenía las manos levantadas a medias y volvía sus palmas hacia nosotros, haciendo figura de abanico. Pero las escondió tras de sí, se enderezó más y empezó a cantar marcialmente. Cantaba de hecho marcialmente nada menos que versos de San Juan de la Cruz. Me puse de rodillas y sobre un papel dibujé lo que estaba viendo. Volvió a sacar las manos, aparentemente para que pudiesen ser dibujadas. Y cerró la boca, para que saliese cerrada.

Se me aparece que mi alma está haciéndose freír en aceite, en esta sartén del reverso del mundo. Son sensaciones esquizofrénicas, dirán ustedes, pero son las operaciones sufridas por la cosa del arte. Siento, en una especie de experimentación de la creencia, que el núcleo de mi alma está ahí, en la mirada que portan esas sombras y figuras. Los árboles subterráneos y los eternos crepúsculos de lava, los cantos de dolor de las estatuillas, la llegada del juez presentida por una ola de viento rancio. Desde la puerta del jardín se percibe una fábrica anticuada. Son las fraguas de Vulcano, Hefaistos hace las coronas de hierro de los grandes animales del zodiaco, las cadenas de las lectoras de horóscopos y los aliños de los artistas afeminados o demasiado machos. Trabaja solo, no hay muchacho, solo una embriaguez con mirada de plastilina y botellas medio vacías de agria y oscura Ambrosía.
Su armamento es cosa mentale, todo está en el coco, según lo que él cuenta, pero su deformidad es bien real.

Cómo no es histérico el buen gusto de la mitología… Cúantas experiencias vacías… Vulcano es burócrata. El es el Demiurgo y son sus diccionarios los que hay que denunciar, las cadenas de la ideología… Frente a los vivos, este Muerto de los Muertos grita anatema, a los supersticiosos… Y para la putrefacción de sus Muertos habla de ocios…
Me parece que mi alma se está haciendo freir al óleo, cuando recojo los trapos manchados de pintura, las botellas de disolvente y los ceniceros. Delante del cura. Pienso que ha salido de la fragua. Pero no tengo ninguna evidencia. No adivino su edad.

Tú me ves, dijo, rubio, vestido de sotana y cubierto de ratones. Pero soy un espíritu. ¿Sabes que es el demonio el que te muestra, con su letra indocta, quién soy ? ¿Sabes que soy Miguel de Molinos ?

Las oscuridades, las ilusiones ópticas, el aburrimiento, tantas experiencias de la perplejidad, de lo diabólico, convertidas en ejercicio ascético purificador. No se puede entender a Dios, como conocimiento, sin el contraste que da el diablo, y la visibilidad o invisibilidad demónicas. Miguel de Molinos recoge del suelo un libro blanco con un dibujo tachista en sepia. Sobre la naturaleza de los dioses, de Cicerón.

Qué libro más espiritual…

Y coge otro, blanco igualmente con una reproducción de una bandeja griega. El libro de la interpretación de los sueños. Artemidoro de Daldis.

Según Santiago Montero en su libro Diosas y adivinas, Artemidoro escribió su onirocrítica desde una posición reaccionaria, totalmente programada desde instancias de poder, para atacar a los intérpretes de sueños un tanto subversivos que seguían un método tradicional basado en Ptolomeo, menos mecánico que el que él propone. El método de Ptolomeo sería feminista o protofeminista, y el de Artemidoro puritano y machista.
Por mi parte, como juego textual, la aberración de toda escritura reaccionaria me ha resultado siempre estimulante en su monstruosidad, en la medida que hace adivinar una realidad que es negada, pero esa disposición mía puede ser la de aquel que ha estado expuesto a fuertes irradiaciones ideológicas.

Plutarco, « Obras morales y de costumbres ».

Su tratado sobre Isis y Osiris es el mejor libro devoto que he leído, aparte de mi Guía espiritual. Por otro lado Plutarco es más claro que Plotino, Proclo o Jámblico, y es ideal para un pintor vitalista como tú.

Sexto Empírico, « Hipotiposis pirrónicas ».

No quiero opinar hasta no saber lo que ha escrito sobre los escépticos Ignacio Gómez de Liaño. En un tomo de su libro que no ha caído en estas grutas.

Charles Mopsik, « Les grands textes de la cabale ».

Un libro gigante y muy serio, como exige su temática. Mopsik tiene una visión más cercana al estructuralismo francés que la de Scholem, lo que da una particular monumentalidad a su obra. No exento de conexión con los libros que venimos viendo. = De Scholem tengo una edición francesa La kabbale et sa symbolique. Confieso haber leído el capítulo sobre el Golem pensando que lo podría aplicar paso a paso a mi práctica de artista. Sin comprender que el lenguaje habla a la cabeza y no a las manos.

Virgile L’Eneide. Merece la pena leer la traducción de Pierre Klossowski, por su lenguaje híbrido de latín y francés, tanto en el léxico como en la sintaxis, que muestra como se puede transgredir la sacrosanta gramática para descubrir un lenguaje mucho más importante que el de los diccionarios académicos.

Ignorancia hecha diamante o sueño imposible, me veo conducido a una playa nubosa donde una mujer desnuda me mira desde las olas. Estoy recostado y veo su pubis en la espuma, triángulo que yo querría pintar como verdad abstracta. Es la superación de Mondrian y el rectángulo, no ya la onda rígida del cuadro sino el cálculo puro la visión, la localización de las oscuridades de la pura visión. Entro en un pabellón donde pinto ese pubis en un lienzo contra el muro, solamente pubis y resaca matinal. Después me tumbo con el balcón abierto en una estera y mi mano vagabunda alcanza unos libros apolillados y envueltos en pergamino. Me encuentro en Cuba, en una Cuba desierta del fin de los tiempos, sin pobladores, sin sonidos. Los libros son los únicos «seres». Observo el contenido y los títulos. La dedicatoria presenta al autor como Luis de Góngora y Argote y estos tomos como la edición de su tercera y cuarta soledades, escritas en la isla. En medio de las pescadoras y nereidas carnales, se adivinan los amores de infancia del autor. Como un signo del cielo reconozco entonces a Ginebra un año mayor que yo en la mujer de la playa. Un misterioso zombi llama a la puerta del jardín para avisarme de que me tengo que presentar en un examen sobre el Barroco. Una vez hice un examen así en una piscina. Se trataba de esbozar entre dientes una visualización del Universo y de todos los pensamientos. Desde el trampolín comienzo la descripción de las columnas que sostienen los trópicos y describo el giro del axis mundi como la monda de una dorada naranja que se deshace en el fango incorpóreo de la eternidad, girando hasta caer en su propia mismidad. Se me pregunta entonces por unos altavoces, para evitar el secreto, qué diferencia el Orlando Furioso de Ariosto y la Reina de las Hadas de Spencer de nuestro obsesionante Laberinto de Fortuna. Me sumergo para que las burbujas hablen al ángel de las dudas, para que las burbujas le digan de una vez la diferencia entre uno y otro libro. La diferencia, parezco decir, es la caprichosidad que hace de Spencer un balbuceo y de Mena un grito. En la isla desierta busco y grito como en un sueño, después de haberla urdido con el reposo de mis facultades. Para que el Laberinto de Fortuna no nos pierda o acapare, podemos vacar del universo en el falsete femenino de la Reina de las Hadas.
Las olas en su énfasis sobre la arena dicen la circularidad de todo gesto cósmico o moción del espíritu pasado. El antiguo universo es familiar como el mar. Las triangulares amazonas, y sus hijas, que nunca quisieron otra cosa. Las amenazadoras reinas que siempre estuvieron vestidas de pieles. Hemos dado en un cosmos que está desertado por la mujer, en su inmenso órgano sexual la diosa se ausenta y los héroes bailan en un desfile grotesco que sólo habla de trascendencia. Sólo se habla en el universo de cosas que dan nostalgia, porque ya no existen y de las mujeres brota como una existencia inefable la condición de que podamos hablar.
He querido volver en la máquina del tiempo a mi infancia y ser de nuevo un muchacho serio, concienzudo y de buena conducta. He querido rescatar la alta edificación del pudor, la curva que evita la caída. Poder dirigir mi palabra a los seres sutiles que han conservado los modales. No quedar postrado ante la máscara, por no poderla portar.
He aquí por qué es necesario que delimite el universo. Desde el caos que era de muchos tonos cromáticos y abundante en sombras, con picos y salientes en toda su bombeante piel. Desde el nacimiento patológico del Cielo, como garante o condición de lo elevado. Duelo de nacer. Fiebre que invita a callar, poderoso silencio que anuncia el sentido. El cielo que será a su vez despojado de toda satisfacción en su garantía por causa de defunción. El cielo que anuncia su indisposición con un tomar distancia, con un abstenerse o suspense. Y de quien se genera el movimiento hacia el alma, ya que como padre es transitado siempre perpetuamente. No tendencia al padre, sino transitación del padre para la identidad.

Jane, la mujer liberada, acompaña con chasqueos de lengua, con su horizontal desnudez, mis respuestas en este examen. Hago lo mejor que puedo. El tribunal me indultará de la tarea de tauromaquia interior que me atormenta. Avanzar respuestas sobre el Barroco se hace a través de cualquier definición que yo de de la realidad o del Mundo. De paso el Barroco incita a hablar del Tiempo. De los Tres Momentos de todo tiempo. Y el sueño de Jane es tiempo de la alta mar. Un flotar o nadar hacia lejanos barcos o islas, en la mayor simplicidad. Un buscar la protección de cisterna o estanque para nuestro naufragio.



Las olas: que interpretan un quatuor de Reynaldo Hahn mientras se diluyen en la conciencia.
Las olas en off.
Las olas
más tarde
en stand-by.

Las olas siempre como caballitos cachondos. Vengo a la playa a escribir, como los genios.
El luto de cerámica que tienen las tetas blancas desde la terraza.
Con el agua que asedia lagrimosa la Tierra, desde las estrellas, se hacen los collares de espuma de una y otra diosa. La Urania, cuya elevada educación la abandona a ser morada de las marítimas águilas, las mentes imperiales que solamente conocen el vino gris de la filosofía natural. O bien esa otra bañista que también se lanza al ataque, y que asperja de barro nuestro fluvial reposo.
Ambas son círculos de escudo en el torso de Juno. Luna doble o Sol morganático, el aire es territorio de los torneos entre fetiches, entre la mujer y el joven.
Infatigables, las violáceas musas atacarán una tras otra. Como si toda su existencia se actualizara en esos asedios repetidos, como mecánicos. Es necesario para la sucesión del tiempo. La imagen es siempre la misma.

La pintura es una mónada extensa

La pintura
procede en las zonas
y procede por capas en la hondura del punto


El proyecto de pintar una “marina”
Con arrepentimientos.


Postscriptum

La version francesa inicial se encuentra en la pagina web de Leo Scheer

4 commentaires:

estrella a dit…

Manuel, cuanto has vivido, y mucho más imaginado, para haber nacido en 1970.
Todo lo que haces, más propio de otro Manuel, más viejo que tú, que conocí brevemente.
Qué contraste; tu poesía rezuma erudición y sexo (no lo puedo llamar erotismo) pero qué bien se lee.

Manuel Montero a dit…

Muchas gracias Chiqui, siempre he querido ser mucho más viejo, poder mirar con desapego la vieja gimnástica del amor, como un fuego de leña tan sólo para resistir en la noche, sin moverse. Y sin embargo es más bien un fuego que me sacude y me hace cabalgar con las hordas de la destrucción. Mi dios, Shiva, cierra los ciclos por su danza desenfrenada.

estrella a dit…

Bueno, toda persona con creatividad sufre de impulsos destructores y ansias renovadoras. Definitivamente tú lo llevas a ciertos extremos. No te quemes.

Manuel Montero a dit…

Gracias por el consejo. Termino escribiendo los comentarios en el tono fogoso de la obra poética, y ahí es donde uno se quema las yemas, como tú bien indicas. Pero, Chiqui, si sigues ahí... tú te acordarás de cómo me quemé como la falena en la lámpara el año pasado en el blog de Azúa, un día que en París se desencadenó una tormenta con aparato eléctrico, en vísperas de elecciones. No volví a ser el mismo. Tú estabas ahí ya, y me dijiste que no conocias el cuadro Group Therapy de Evellyne Axell y que te ibas a otra parte. El lenguaje en la red es cuanto menos un asunto barroco.