Sobre los autorretratos en el Infierno
Manuel Montero
Manuel Montero
¿Los pintó con tinta china?
Yo andaba en la ciudad. Era roma y masiva. Tomaba Red Bull. Llovía y comenzaba a hacerse de noche, quiero encontrar libros de ocasión volviendo a casa, pero estoy lejos todavía. Paso al lado de un iluminado y solitario local de congelados. Nadie salvo una bella morena larga en la treintena y gruesos papeles manuscritos con rotulador grueso. Los leo desde fuera. Se congelan verduras del Renacimiento, se ofrece también tinta congelada. Mi diálogo es lento, muy, muy lento tanto de un lado como del otro, se diría que ella es erudita. Ella lamenta que las verduras en las que me intereso se hayan agotado. Largos silencios pasando por los frigoríficos. Falda en cuero, medias negras, tacones.
Hago para ella el cálculo del precio del paquete grande y recibo un ¨Tiene usted muy buena memoria¨.
Llevo montones de bolsas de plástico. La librería es mezquina y pretenciosa. Jóvenes alumnos de Letras Hispánicas, pupilos mimados de los nuevos profesores, la gestionan. Se me pide que deje todas mis bolsas y no encuentro sino títulos anodinos. Se saludan a grandes voces, noto la forma automática en que dicen que es difícil de encontrar la Generación Beat y se recomiendan los unos a los otros leer. Veo que se burlan de mí...
Los únicos libros que tomo para mí en medio de sus basuras pestilentes tienen un precio desorbitado, como un suplicio.
Parecían en todo caso excitados por la idea de que yo los visitase.
Es así como decido pintar otro tipo de autorretrato. Llevará como título Los pedantes de Praga, siendo Praga el nombre de la librería.
Iba a estar en ello aún varias horas esa noche, ya que todo comenzó por una cosa más simple. Una amiga francesa y otro amigo americano vienen a visitarme. Viendo todos esos dibujos sobre kraft, lamentan que yo no haga más autorretratos. No hay bombillas que funcionen, de este lado de la casa. No hay sino la grande y nueva caldera que funciona 100 por 100. Calienta el taller y el salón, mi amigo americano podrá quitarse el abrigo y la bufanda. La Gioconda es un tema eficaz para atraerles un poco, he hecho varias. Mis gustos no cuentan más, ya no se está a la escucha...
Les debe gustar verme, cuando insisten tanto en el autorretrato...
Pienso que debería entrar en el juego social, si quiero volverme un hombre de negocios. En la calle Zapatín se venden recuerdos, calzados... Hace tiempo que dicen la buena ventura, suficientemente cara para que sea negocio. Instalarse en la provincia. Hacer correr rumores. Las videntes en mi medio son las que llevan todo al cabo. Cuento mi proyecto de viaje, hablo de las bombillas, ven una mujer en mi vida. Se me recomiendan cuidados cosméticos un poco extravagantes de los que tomo nota en las hojas naranjas de papel de la vidente. Hay que purificarse con agua de romero y meter claveles en la bañera, mitad blancos, mitad rojos.
Mi deuda kármica ha terminado.
Me he movido demasiado tiempo en el plano astral.
Más del lado de la pintura que de la escritura, mis ganancias.
Mi amiga francesa está conmigo todo el tiempo.
Mira su reloj, me tengo que dar prisa, tengo que quemar Fasur antes de la puesta de Sol. Por otra parte, en el incensario, la otra tarde, quemé por torpeza un perfume profano. Huele bien y pinto escuchando música.
La tinta está fría pero suficientemente fluida. Es animal y viviente, apesta a pescado.
gesto tenso
Wayte, Merton
composiciones
medir el Infierno *su longitud y anchura, su profundidad
+visualizar a los condenados
+oírlos gritar
+sentir la temperatura de las llamas y los calderos
+percibir el olor del humo
Mi amiga francesa escribió sobre mí al principio del Invierno un largo artículo científico. Cito: "Es un brujo. Su Arte es un tipo de magia a la vez antigua y propia a los revolucionarios, al tarot, a los cabalistas..." Ella describe mi taller de trabajo como un laboratorio de alquimista. Incluso los libros que están desordenados la sorprenden. Las tres velas que siempre enciendo en el suelo. El día en que le propongo posar desnuda ella parece transportada, esperándose una especie de metamorfosis.
Tengo muchas ideas. Pero no comprendo mis ideas. Ninguna idea que me ayude a describirlas. Así que propongo que mejor vayamos a su casa, para no ser molestados y que tomemos las primeras notas.
Ella posa tendida de lado. Trabajo sobre kraft. Hago tres (1 m x 150 cm). Después ella hace toda una serie de gestos de cortesana (me ofrece un vaso, un cigarrillo, mira de reojo sosteniendo el cigarrillo, abre una camisa...) que yo fotografío moviéndome alrededor como en una borrachera. La significancia pasa muy rápido por el cerebro, y se evapora. Ella se duerme en el sofá del taller y yo trabajo en una tela de 2 x 2 en el suelo con botes de un litro de óleo blanco titanio y de tierra quemada. Dibujo su chaqueta con un rojo de cochinilla y su minifalda con indigo.
Me acuesto en la alfombra. Mi amiga francesa cuenta sus fantasías sin moverse:
"Yo subía al Cielo y unos ángeles travestis me interrogaban. Una de estos ángeles, negra, pintada de azul en los párpados y rojo vermellón en la boca, se aproximó a mí y me preguntó: ¿Conoces el camino? ¿Has seguido nuestras huellas? ¿ Ves la leche seca y la música parada desde nuestros gritos? Yo miraba alrededor, allí había fenómenos de espacio llenos de movimiento, de luz y de sombras. Mi ceja derecha señalaba a la Luna, la otra al Sol. El ángel atraviesa a una gran velocidad el espacio hacia el fondo y allí se pone a flirtear sobre un enano. Los dos desaparecen.
"Otro ángel, esta vez invisible, me cuenta, amiga mía, debes hablar de una Guerra en el Cielo. Siquiera sea la de la ignorancia. ¿No debería hablar yo más bien de una Peste en el Cielo? ¿Cuál es la Razón de Dios, que ordena la enfermedad o los sueños? Hago un viaje a través del trance a las Verdades del Cielo. De donde sale mi:
"1er éxtasis
"Una mujer que representa a la Tierra está afligida de los días de su menstruación. Con su concubino en la cama ella se queda la braguita blanco hueso amplia y apretada. El concubino le propone, ya que ella quiere evitar el coito pero no los juegos, ponerle un poco de mantequilla en la entrada del ano y sodomizarla. Muy pronto ella empuña el sexo y precipita un "córrete en mis tetas, entonces". Ella lo masturba, tendida sobre él, enérgicamente. El concubino recibe sus jadeos y experimenta un reconocimiento íntimo de su propia excitación en el aliento de ella, su masturbadora frenética. En su frenesí ella añade sus pezones a los stimuli sobre el glande. ¿A quién representa el concubino de la mujer que representa a la Tierra? ¿Sería Adán, destinado a reposar en su interior? Y sin embargo, la Tierra, afligida de los días de apocalipsis en los cuales sus frutos tornan a la amargura, ahorra al Hombre Primordial el reposo de una tumba. Ella prohíbe el coito, y, no obstante, juega con el hombre el juego del Amor.
"La Tierra unta sus tetas del semen del Hombre. Sueñan juntos que esta sustancia los afirma, los hace más pesados y más suaves. Es el Cristo. No está con ella para fecundarla sino para ungir su cuerpo, para sublimarlo. Sutilizarlo, diríamos, a fuerza de atarearla, alocada, sobre el suyo propio."
¿Está poseído por el diablo, o un vampiro?
Me he preguntado si mi amiga francesa sería una espía. Este temor de que ella sea una agente secreta es equivalente del temor de hacer el amor con una especie de vampiro o de demonio. Su debatirse, sus orgasmos, me parecían en mi angustia extraer su fuerza de una intencionalidad infernal, arcóntica, de fiera saturniana, como por querer añadirme al número de los servidores o esclavos de un dios malvado, de una Babilonia o de un Moloch de los que yo ignoraba los detalles. ¿Debíamos comprobar las fisuras en la seguridad de los aeropuertos americanos? En los rayos X la paraban varios minutos y sacaban una navaja nada pequeña de la que ella no me había prevenido en nuestros equipajes de mano. Ella contravenía por método las órdenes. Se levantaba y andaba hacia los servicios durante el aterrizaje, haciendo saltar como por resorte la única azafata de un pequeño vuelo Miami Washington. Cruzaba las avenidas por fuera de todo código del peatón. Se hacía sospechosa.
Mi silencio nuevo, la amplitud de mi discreción, son ya síntomas de posesión, difusos estados vampíricos.
Iremos a intentar vender ciertas obras sobre kraft al mercado latino de Estados Unidos. Nos informamos sobre el coste de un viaje a Miami tomando en cuenta que hay ABSOLUTAMENTE que entelar los papeles. A causa del clima caliente y húmedo de Florida los coleccionistas no comprar NUNCA papel.
Berthe querría que yo pusiese un poco de orden en mis rollos de tela y mis sustancias amontonadas. Me sugiere trabajar en caballete para no hacer abolladuras sobre la tela. Igualmente la irrita que yo corte mal el kraft haciendo difícil el enmarcado, ya que pinto hasta el borde. Y después la idea de entelar los kraft le parece excelente justamente porque permite aplanar las ondulaciones y hacer la obra lisa.
La tela necesita abolladuras y el kraft ondulaciones para ser pintura.
Con vistas a encontrar algo de cachondeo y estar listos los dos para las ideas de la pose, reflexiono sobre la sustancia a consumir juntos. Soy personalmente cafeinómano. Pero conozco algunas sustancias del lado no legal, ligeras en principio. Pienso en el cáñamo, que me ha aportado otras veces una economía del volumen y sus agenciamientos en la composición, así como una cierta sensualidad perceptible en mis trazos. Mi amiga se dice conocedora, antes de nada nos dejamos ir en las calles de mi barrio, allí donde basta andar despacio para que te lo ofrezcan. Aún es de día, pasamos al barrio de la montaña, imperceptiblemente, entablamos un diálogo en marcha con un étnico del terruño. Lleva dos chinas de polen. A diez euros. Tienen buen olor. Todo parece en orden. Estoy operando a la vista de todos y mi étnico me sugiere correrme un poco. Sonriente he pagado con un billete de 20 euros, porque creí comprender que estaban a diez cada una. El honesto camello me devuelve diez. Yo por mi parte le devuelvo una de las chinas, un poco contrariado la toma y masculla: haz lo que quieras.
Ella abomba y cimbrea sus caderas acodada a la alfombra, mostrándome el sexo a través de la sutil braguita. Mi coleccionista del XXe asegura que los pasteles se prestan a los efectos facilistas. Es quizás en los otros pintores. Volubilis. Los pasteles Sennelier portan extraños y sutiles espíritus, tienen una plasticidad efímera que pide que se les ahorre el fijativo. Llevamos con nosotros, haciéndola rodar por el taller al desplazarnos, una grabadora. Ella está entrevistándome mientras posa, es una superdotada. ¿Cuál es mi relación con el mito, con las divinidades antiguas?
La pintura, cuando depende del Arte, está siempre más cerca de la escultura que del dibujo. Es necesario que los espíritus tengan el espesor en el que depositarse, algunas manchas pesadas para agarrarse, una cierta confusión en los brillos, una superficie que esté recorrida por especies de olas, que les sea análoga. Estamos descubriendo la materia. ¿Qué es la Prima Materia sino la Materia más querida, aquella que lleva en sí el fuego de los sueños y de los paisajes de infancia?
Se podría hablar de un Deseo de Materia como de un espejo en el que la pintura hace visible el deseo de las almas por el espíritu. El pintor, pues, va a buscar abajo, baja a las cavernas, para que el alma, el pensamiento, pueda ascender al Cielo, con el Padre.
Es tarde en la noche pero una buena hora para ir a escuchar verdadero flamenco a las cuevas del Sacromonte, las que no tienen programa. Estamos como debilitados por todo lo que hemos estado haciendo, por la embriaguez y por haber follado, por la música atronadora de nuestra discusión. Una zambullida en el Cielo, saliendo a la calle. Como los átomos de Lucrecio, pasando a través del vacío y su risa.
Nos alejamos demasiado en nuestro paseo. Las cuevas que vimos no nos interesaron, las dejamos atrás y seguimos el camino: pasamos, en la oscuridad, la cuesta que lleva a la abadía. Caminamos por un camino de tierra sin luz que en principio debería desembocar sobre la pequeña cortijada de Jesús del Valle, casi en las fuentes del río. No ignoro que es un lugar de más en más deshabitado. Antes hacían pan, existían en mi infancia campos de algodón y granjas, la última vez que vine no había más nada de eso. Una soledad asfixiante y las idas y venidas, en el momento de la hora de la siesta, de un motorista inquietante que me miró desde lejos con un fondo de amenaza.
Un piano se deja escuchar al fondo del valle. Por el campo, tropezando con ramas caídas y la inefable angélica seca, Berthe avanza hasta una ruina y desaparece. Yo querría decirle que volviese. Pero el temor de atraer a los que yo suponía ser delincuentes me hacía tragarme mis murmullos: me adelanté y me acerqué al agujero arenoso de una ventana. Desde ella pude apreciar un piano. No quedando puertas ni techo ese piano todavía entero me sidera, veo velas humeantes y ninguna silla. El silencio no me deja suponer nada.
Berthe.
Creo oirla bisbisear: sí, ven...
Debo confesar que es abrumado por una gran timidosidad como entré en esos lugares: parecían vacíos de pronto. Cercos de vasos sobre la caja de resonancia. Frente al piano, ennegrecido por capas de humo, un cuadro cuyos detalles se ocultan tras la pátina. Tiene el aire de esa pintura de desnudos alegóricos y costumbristas de Julio Romero de Torres. Pero la firma es de otro.
Un mareo se instala en mí. Voy al fondo hasta la única puerta de la ruina: la voz de Berthe se deja oír detrás de esa puerta. Dice que va a presentarme a un pintor.
Vuelvo al cuadro.
Hay tigres que rodean a una pareja de enamorados en ese claroscuro del betún y de las tierras negras que no cesa de arrebatarme. Un fondo de crepúsculo.
¿Te explico el cuadro? El hombre es gitano o agitanado. Nos damos las manos. Un perro ladra cerca del río, distrayéndome de las explicaciones del pintor. Pero pasamos a otras materias. Me pregunta mi nombre e insiste en que le de los dos apellidos. Puede ser que conozca la familia de mi madre. Me toma del biceps y conduciéndome al fondo y con la mano en el pomo de la puerta me repite varias veces que es José, el padre del padre de mi madre.
« Vamos a pasar por un pasadizo subterráneo, pero lo que te interesa a ti es conocer. Puedes tener confianza en tu guía. Tienes mis palabras para acordarte. Tu baza es que eres como eres. No tengas miedo. Mucha mierda, mucha podredumbre cae desde el techo. El mundo de las ideas nos tira sus basuras, sus huesos o mendrugos = haremos como si fuese maná. A pesar de que estoy hecho como de silencio, me he hecho para ti, esta noche, de palabras. Mira tu mujer, allí, bañándose… »
Berthe, en la gran extensión de la cueva, es vista al fondo nadar en un lago sin riveras.
El espacio de este taller es el de un mundo subterráneo, pero suspendido en relación a cierto fuego, ES CICLOPEO. Es ciclópeo y supone una extensión como la de una sartén que hubiese cubierto los Campos Elíseos. Sobre la superficie de esta sartén saltamos, vamos y venimos, mi antepasado, mi amiga francesa, y yo. Sus telas están pintadas con grasa de cocina, con petróleo, mierda, orina. Las hay que figuran las vírgenes de yeso cubiertas de pelusa y de cenizas de volcán, esas a las que él reza y que coloca al lado de los budas chinos y de los bustos en oro de Camarón de la Isla.
Decidimos que vamos a explorar el taller.
Paso la puerta del Este. El fondo de sartén es constante.
El espacio es inexplicable. Encuentro un personaje con la mirada diluida. Se viste de armiño. Camina descalzo. Nos ponemos a hablar. Me señala seis mujeres que montan guardia alrededor de una gran estatua de un hombre cubierta de plumas multicolores. Creo reconocer en sus rasgos a Marcel Duchamp, aunque se podría pensar también que es Lévi-Strauss. Es ese tipo de espacio absolutamente opaco de los bares que imitan a las bibliotecas. No experimento ningún impulso de leer esos libros.
He maldecido este lugar, me dice.
Pero ¿Por qué ?
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