El mundo someto al mazo, el siglo, al ultramundo
Sólo estos dos versos consigo escribir del ambicioso poema. El proyecto es súbito, extemporáneo, quizá destemplado. Las euforias del café me han hecho entrever poemas increíbles en mi paseo matutino, después han calcinado cualquier lógica y cualquier orden o memoria. Así que es de una forma un tanto compulsiva como me dispongo hoy, diecinueve de enero del año tres del siglo, a consultarte, tarot.
Déjame que prepare un poco mi alma, no me fascines más de lo que puedo sufrir. Quizás una aclaración a los que lo leen: que se trata de un pronóstico, con lo que tiene de automatismo y lo que de genio. Que mi libro inédito Hologramas contiene ya un pronóstico de desmesura, genio y automatismo (como enfermedad) similares, escrito hace diez años. Que lo enigmático para mí mismo y lo terrible (por eso mismo) de lo que había escrito me ha servido de humus sobre el que construir discursos «más coherentes», pensar la realidad y vivir la propia vida. Que en algún momento he hecho profesión de la videncia, corriendo sus riesgos, y soy, por tanto, apto al género.
Sin mayor sistema, pues, y como en el 92, recurro a ti.
¿De dónde vienes, tarot?Déjame que prepare un poco mi alma, no me fascines más de lo que puedo sufrir. Quizás una aclaración a los que lo leen: que se trata de un pronóstico, con lo que tiene de automatismo y lo que de genio. Que mi libro inédito Hologramas contiene ya un pronóstico de desmesura, genio y automatismo (como enfermedad) similares, escrito hace diez años. Que lo enigmático para mí mismo y lo terrible (por eso mismo) de lo que había escrito me ha servido de humus sobre el que construir discursos «más coherentes», pensar la realidad y vivir la propia vida. Que en algún momento he hecho profesión de la videncia, corriendo sus riesgos, y soy, por tanto, apto al género.
Sin mayor sistema, pues, y como en el 92, recurro a ti.
1º trastras
Traes, por encima del conjunto, al esposo de San Juan de la Cruz, la mística viril; el Júpiter judío fecundando a Europa. Aquel cuyo trono vemos de perfil, porque él estudia una realidad que está a nuestra izquierda. Porque como padres sostenemos un Mundo que es el corazón y es la madre genérica de todo el que viene a vernos en demanda x La diosa abstracta me mira con ojos somnolientos, viendo más allá de mí mismo. Diosa estoica, espingo según mi sueño. Ecuación justicia-telepatía. Knoph o Klimt. Catástrofe de predación, en los equilibrios de la balanza y la espada. Hipnosis del Agresor, Justicia aparece tal Esfinge, haciendo del Interrogatorio o telepatía à la Panero el trance edípico inscrito en esta lama. La gramínea sometida. El rabo totémico que no tenemos, y que sin embargo apunta al Cielo. Naturaleza reformadora de sí misma, la lúcida cannabis contrapesa al café delirante. Quizá la buena posición del arcano octavo nos habla de la ventaja que da al poeta ser presentado por la ideología como un agresor. Ello le dota de algo eurístico socialmente, a pesar de su abjection. Digamos que ha sido abjecté hacia un buen enclave, aunque todo está escrito en las hojas volanderas de un Saturno inclemente x ¿Por qué adornarse de estrellas que, en su constelación, nos son como ropa vieja? «Estrellas que, en su recorrido, añoran como lo viejo la pulcritud de los centros.» ¿No porque nuestro recorrido angélico nos haga añorar o envidiar en lo humano su centro? Y nuestros triunfos ¿no serán ciegos errores, desacordanza? x Hostia dorada, flor, el huevo es una reserva de tiempo. Dinero angélico humanizador de los abismos históricos. El planeta como valor y concreción de la acción benéfica del enigma sobre el ángel fatigoso x Cortesana por su tocado y cabellera, la flor de lis en la mano el gesto lánguido que nos invita a consolarla, a tomarla de la barbilla y besarla, la Reina de Oros, con su lupa, cauteriza y cura, incendia la Letra de todo espingo legal, ofrece transmigraciones a los ángeles y vigila el negocio que origina las intensidades nuestras, nuestro tocar el Cielo.
2º trastrás
¡Rehúye los espejos! Sólo el comercio de lo viejo y lo nuevo preserva de su circularidad y sus quebradizos tallos x Está próximo el espejo de la Aurora, el espejo colectivo y total que contiene a Procris, a su amante y a todo numen. Este espejo no-vergonzante aparece primeramente como un extra de tiempo, un bonus-track y un embarras-du-choix. La Rueda también se hace Espejo, y la Panza del crisol solar, y la panza de todo sacerdote y la cabeza patinada de miseria de todo Loco x Unico presidente es el espejeante contramaestre de la rosa loca, condesa sangrienta, que hace sus cabriolas para el solo goce del mendigo, que cabalgando viene de abrir las heridas de cien inocencias, que viene de separar lo viejo y lo nuevo uniendo en una sangrienta cópula amor y violencia x Yo estoy en el centro, yo soy el Angel Azul que espera tropezarse todo profesor x El genoma automático de Marlene Dietrich inscrito en toda Eva x No hay que ser científico ni profesor para saber la ruina, sino sonreir con el rostro del padre y dar ricos tintes x Parece una historia muy vívida de Fedra e Hipólito en clave transilvana de Condesas sangrientas y vampiros errantes y seres sin piedad.
Poco recuerdo del segundo trastras, la ¿recursividad? de una película de destape francoitaliana, o polaca, el amor poco consumado como algo obsesivo, el vértigo de los campos. En el tren, recurro a la tirada de uno en uno. Las cuatro o cinco primeras láminas, atisbadas, me inducen a respirar hondo en un suspiro incontrolado.
Cavalier de baton. Sombrero verde de visera remangada y bonete rojo, profesión x Errancia, pensar niñerías y mirar hacia los capiteles con béance x El falo perverso es instrumento que opera sobre el tiempo; el frío de andar desnudo en la calle crepuscular nos devuelve el animal que quisimos ser x De manos de la angelesa (pura o impura, siempre ambas cosas, celestial y como de barrio chino) el perdido encuentra su puente, su jergón, el escritor su novela-río x Melibea de teticas redondicas, siempre de nuevo estás sentada frente a mí. Te rodean los libros, indignos y faltos de compostura, estrábicos. Tu perfume me cura cosas que yo no sabía que andaban mal, ni por qué x Tú sabes el por qué de los pudores de Venus. Tú enseñas a las niñas a hacer pompas con chicle. Tú regalas un sorbo del soma traído por los elefantes, esos elefantes que se te parecen, y que son longevos. Rey tónico, atento al balconcito, en posturas, dotado del sentido de lo cómico x Juego de regalos en los jardines del trío violento. El símbolo salino y edípico, el látex ambarino de Piñero intermedian el largo camino que queda, hasta Cádiz y final del mazo. Vemos, formando un conjunto, Justicia, reina y rey de espadas. Tres personajes un tanto trágicos, quizá nuestro rondado Teatro de la Crueldad. Idéntica posición de las espadas, sincronía que Piñero lee como «complicidad». Y luego el acuerdo entre la mirada de rey y reina, la connivencia del espingo, la copulación sádica. El embarazo de la Rubia. María-José, clasismo meditante. Escrutinio de la Madama. ¿Soy feroz? Là où est le Ça, le Moi sera. Blanda ferocidad que va viniendo, palabra dentada, palabra filosa y en majestad. Vaticinio del espingo, terrible, métallique, «saldrás en la tele, en uno de esos debates serios, que están muy bien, que son muy serios». Ignominia y sinsentido de tanta seriedad y su pregnancia. Reina jafetita vestida en chuletas de cerdo, inelegancia del pliegue (aparente) sobre la trentañera salvaje y cachonda. «He conquistado cotas increíbles (y quiero que duren aún un poco, esas cotas grimaçantes)» parece decir el hippy-king. L’armure fait des grimaces, des intensités d’orichalque. La armadura llora donde el martillo protesta y es una fiesta su risa de bronce cuando en el hombro se acoda y todo es frente y desde arriba te dirijo, vigilo, y te contradigo x ¿Por qué no tres, ir de tres en tres? (Una etapa muy Trilce) ¡qué bonito! La mónada inquietante y graciosa, y ese occidente de quietud terrible y no verlo, mostrarse provisto y preocupado x Manejar algo, tenerlo enterrado. Hombre canino y gandul, serie de cinco: «Parece que la va a guardar.» La destrucción que claudica, entonces, forzada por la catarsis de toda pantomima equilibrismo y lametón debilitador demonio matérico que servil aúlla. El ángel Metatrón de vacía trascendencia se desboca al filo de todo este acontecimiento. La sota unas veces tiene dinero de bolsillo, otras envaina su espada en la pobreza de sus pensamientos. La Luna sonríe y se abstiene. En el centro los dioses en su noria apotean hominantes x Cuatro en misterio. As, reina, estrella, papa. Coito y pintura, pinceladas, la musa descubre el color y regala orina. Otra bella igualmente pisseuse es estrella y hasta estás en la mente del que en Berkeley enseña. Estudiantes que piden la palabra y arguyen. En el reino de la musa burguesa la sexualidad expuesta y el recuerdo y la práctica del recuerdo confundida en ser color o ser orgasmo; promiscuidad laboriosa. Campo, campo y mujer, antiguo oráculo que no escribe, que sólo infunde. Visión que constela y locura celeste y certeza no decible por economía x La humanidad va a dejar a la Madre Gea y escoger la Moda el Mar buscar al hombre y la preocupación por todo ser motivo de risa (risa cómplice en todo caso, no hay cinismo pues Niño-Amor inocenta los centros). Habré paseado las edades y habrá tres luces, luz-rayo, énfasis natural, reconocible vínculo, luz-emoción, luz-inteligencia, manejable y como fetiche del pintor y del viejo que todos hemos sido, pues es origen y es del fin, o ballena x Donde reinan las mujeres estamos en compañía del oro, y debemos ser abstemios y voraces. Patentes de la ira del Artesano. Confiados a lubricar. Glándula que existe y que abrazo. Y soy abrazado y soy dejado intacto. Se me da sonrisa y se me niega beso, y puedo ver eternamente. Tú que haces posible la nutrición del azufre. El karma de tener esposa fiel y gustar a todas es haber vivido la mitad de una vida. La entrega al templo es también la entrega a los Vientos, somos polos x Fármaco activo, el áureo amoniaco posa. Ligera sugestión. Conocer el valor de todo daimon es saber mirar. Ofrecer, del otro lado está nuestro secreto a voces. Esta parte muy hablada con el artista Piñero ahora se presenta desaliñada, insomne. ¿Significa acaso que el profeta es la figura del jinete que viene de Occidente, con mala conciencia y el placer para un Gran Turco? ¿El rubio café, y el áureo alprazolam, alcanzado Trono? El bisbiseo de las mujeres me distrae, ¿acaso el momento en que el dinero es por fin no-enigmático es un momento de decaimiento, de «ser trabajado», de impotencia? Otra época en que la angustia está ausente, quizá simultáneamente alucinada y rentable. Occidente y Oriente reducidos a redondel. El padre plutócrata para el hijo libre de Platón. El misterio masculino arraigado en la infancia. (Bendecido por el numen me retiro discretamente) x El cuerpo drogado y el hechizo son autores de su metamorfosis y la ofrecen agradecidos, agudos, a un patriarca andino, cacique dorado, mientras Júpiter con su caduceo los estimula, les envía ondas magnético-telepáticas que en su séptimo chakra, sahasrara, forman la consciencia cosmopolita y la lluvia de ideas. El hechizo es productor de sentido. El joven rey de Brasil arponea las últimas ballenas, las quema con los espejos de Euclides. La reina de las ballenas medita x Ya se decide todo, mujeres bajo palio instruyen la joven iglesia pagana y la iglesia paleolítica del post-capitalismo. La música ha cambiado el tiempo, por eso mismo. Son dadas las alas del mundo supralunar, consistente en una dulce crisis de la pintura, único recuerdo.
Un héroe en el estilo, como lo es el San Agustín de las Confesiones, caracterizado a mis ojos, en primer lugar y de forma fundadora, por su TRAICION al maniqueísmo, delación y persecución salvaje asociadas. San Agustín aparecía como Rey de espadas en la baraja de tarot diseñada por Salvador Dalí. El Santo es solamente una imagen simbólica de la Sombra, de la Lucha, una anti-imagen en su medida negativa y en su duplicidad. Pero el santo sería un santo y no habría hecho sino de Rey de espadas como la violencia es sacerdotal, como la guerra es sagrada. Sobre la piedra, un equilibrio extraño entre la luz y la sombra. Mi primer maestro en el «no sé qué» del dualismo fue San Agustín, además de Raoul. La duración de la obra de arte constituye su inconsciencia. La obra de San Agustín es larga como los siglos, a mis ojos, y está hecha de una inconsciencia peculiar. No obstante, el principio de realidad sale reforzado. San Agustín llama CIUDAD a su LIBRO. De ahí escapa su concepto de la realidad sustantiva. El instrumento del conocimiento en San Agustín es nuestra condición social. También es Ciudad el acto de confesar, propio a una cierta institución penitenciaria. La inconsciencia es en San Agustín el sacrificio del hombre o linchamiento, y su duración larguísima se explica como una programada duración larguísima de la agonía del Gran Ajusticiado, como un refinamiento de Dios en su Civilidad. Como en la inconsciencia de San Agustín todo el pecado era el teatro, que pervierte la vida, desdoblando dolorosamente a las personas. Era todo exterior, muy diferente del universo concebido como sexo de mujer, como lujoso palacio del ser. Era una lucha por la supervivencia, que maniqueos y situacionistas han denunciado en su tiempo como ilusión. Magia sacerdotal en el arte de respirar, la imaginación es un derecho del hombre primordial, del hombre de una ley inicial, religiosa como se puede decir de los animales y las plantas que son en primer lugar seres religiosos, a mayor título que el hombre.
Santa Teresa de Avila. El protocolo de la confesión en ella es un trámite penoso al que ella nunca ha querido «cogerle gusto». La escritura maniquea que estaba en juego, que podía mover con un gesto de mano las ruedas de la doctrina y del cosmos, señalando muy lejos en el regreso.
Los libros cumplieron su destino condenable pero liberador. La razón que desapareció estaba llamada a desaparecer, los libros me dieron el valor de separarme de ella y afrontar una dimensión ética que sólo como animal irracional podía asumir. La nueva razón, firmemente asentada en mi naturaleza, yo la llamaría Nueva Ley, o Ley de Amor. Es quizá al ojo vulgar la razón singular del loco, a lo sumo una especie de tendencia decadente propia al artista. Esa especie de maldad evidente tan chocante en Ignacio de Loyola, ese desplazamiento de todos los valores que se da en los Ejercicios Espirituales, como en las Confesiones o La Ciudad de Dios del citado San Agustín. Todo lo que no le gustaba a San Agustín de los maniqueos está en Santa Teresa. No me puedo sustituir a los que hacen los ejercicios conmigo, ni tampoco a todo el cosmos exterior que no hace nada. Cuando recibo las proyecciones que me sustituyen en el dolor, mi Ley de Amor es transgredida y corro a buscar un poco de Vacío, un poco de Nada.
La condición de túnel que tiene la existencia después, llegando al final, a la condición femenina nunca reconocida y que nos origina, aunque sea inconcebible como «libro», porque EL LIBRO COMO CUERPO DE MUJER solamente pide que sintamos placer, que nos abandonemos.
El primer libro que leemos es nuestro cuerpo, como al gato le enseña su cuerpo el camino entre las hierbas y el uso de purgantes. También es el último libro que leemos.
Miro con envidia la masa de producciones, en tanto pintura, del mercado contemporáneo. Y me digo, frente a tal gigantismo, hacen falta drogas muy duras que me saquen del enanismo de la provincia, de la clase media española. Y no obstante, me digo, lo he probado casi todo. También me digo que Andalucía en algunos aspectos es por su apertura algo así como «la California de Europa». ¿Por qué no sería entonces mi barrio del Albaicín y Sacromonte «el Berkeley de Andalucía»?
Sin el toque mágico de un buen encuadre comercial y mediático, la pintura nunca es suficientemente grande, suficientemente fuerte, suficientemente compleja. En la indigencia, los problemas formales van asociados a culpabilidad. Preparé mi primera exposición parisina en una sola semana. Pinté al pastel, y el fijativo a veces hacía desaparecer el sfumatto de tonos claros. Los cuadros se hicieron gracias al insomnio y la angustia. Hubo abundante champán y azafatas. Vendí el cuadro más grande de la exposición. Antes de enmarcarlo andaba enloquecido porque le había caído una mancha en el último momento. Escrupulosamente lo restauré volviendo a pintar la parte dañada.
Conozco el síndrome de sentirme un chico gogó. De estar constreñido a mostrar que «flipo» con todo lo que se me presenta, por parte de galeristas, profesores, periodistas, coleccionistas, siquiera sean de tercera o cuarta fila. Y unirme a la masa electrizada de los flipados. Hasta perderme, anonadarme y regresar a mi ámbito de trabajo totalmente vacío. Es decir, lleno de los gadgets intelectuales de ocasión que por generación espontánea se suscitan en tales ocasiones.
Es quizá un alimento intelectual, ese tipo estéril de autopromoción. Necesito también yo referirme a los otros, siquiera sea con la fraseología de segunda mano que me ha venido acompañando. Y mi propia charlatanería. En el yoga son todo señoras con aspecto de profesoras o bibliotecarias las que hacen los ejercicios conmigo, con algún ligero bufido amortiguado que les oigo en mitad de lección al fondo de la sala. Pero mi mente está constantemente en el ámbito de los pintores, pintoras y galeristas.
Recientemente me sorprendí con hedonismo de encontrar en gente de mi edad el tipo de pintura que me gustaría hacer: ciertos cuadros de Valerie Fabre, los de Stéphane Pencréach y los de Jonathan Meese. Situarme, entonces, como público me induce un placer relativamente fatal; mi relación a mis propias imágenes se problematiza triplemente: por su injustificación respecto a mí y mis limitaciones, respecto a las negativas del mercado o de los galeristas, y respecto a la perfección de lo ya existente.
Y se plantea el enigma de la envidia. Lo que entra por el ojo. Una pulsión verdosa que se instila en el alma. ¿Qué hacer con esa nata u óxido verde, con esa fuerza que nos transmuta en seres amargos? ¿Fabricar vitriolo? Caso de hacer esto último debiéramos dar al vitriolo una utilidad filantrópica. La de resolver las otras pesadeces, las otras envidias. Deberíamos tomar en nuestra mesa de operaciones el oro verde, u oro proyectado, y casarlo con la plata femenina de nuestras incubaciones, que no son otra cosa que la piedra blanca o piedra proyectada. El connubio tendrá lugar siempre en un vaso desplazado, de dos entradas. Invierno y primavera. Muchos artistas y filósofos quisieran terminar pronto a través de proyecciones de vitriolo sobre su plomo, sobre el plomo de los filósofos. La baja categoría de su segunda piedra, o de su piedra desplazada, nos hace pensar en la fuerza efímera de Faetón o de Icaro. Mi maestro escondido, es decir, el genio familiar, me aconseja separar dos platos en mi laboratorio. El plato del vitriolo, con el vitriolo en el fondo. El plato de la luna de miel, con el coito del león verde y de su monja o Diana. El sumo cuidado que requiere escribir sobre esta esposa hace de mí un filósofo salvaje muy mercurial. Es en el mercurio en el fondo del plato en el que, como sobre una cama, el vicio y la virtud se aúnan y se sintetizan. Envidia y Admiración se funden, quedando de sus colores solamente el excremento. Y es en la disolución de ese excremento sobre el espejo donde una serie de líneas o de signos van a escribirse o dibujarse sobre el plato. Destino o Fortuna, o ambas cosas en tanto andrógino, el nuevo mercurio sólido está en condición de digerir, quizás, y esto aún no lo he llevado a cabo, en una lenta digestión el vitriolo del otro plato y con ello «dorarse».
Un fondo delirante hace de este lenguaje, convengo totalmente, un idiolecto en el que la interpretación no conoce límites, en el que la razón es transgredida, como ciencia del significado, por un significante perverso, por un significante que se ha otorgado como ley la de permitir todo sin restricción a la interpretación y al inconsciente. El momento personal en que tuvieron lugar mis lecturas alquímicas primeras coincidió con la irrupción en mi vida de una cierta locura o enfermedad. No obstante, pude paulatinamente poetizar esa interpretación, decirme que alquimia, astrología o tarot eran formas particularmente matemáticas de la poesía. Así lo sigo entendiendo en gran medida. Por ello mismo me atrevo a aventurar un poco más en este Arte.
Demasiado preocupado de costumbre por mi propia fortuna y la de mi concubina, las operaciones por la salud de los otros se me aparecen como una gran complicación de la que suelo desistir de antemano. No obstante, están presentes en los préstamos de mi obra. Lo que un préstamo estilístico hace en una pintura o dibujo es generar intereses a favor de la mirada exterior. El mirón o artista exterior experimentaría una ganancia. Es estrictamente el caso en la hipóstasis de toda modelo. El retrato o el desnudo son ejemplos cabales de intensificación.
Pero no puedo referirme aquí de forma directa a mis amigos o parientes. Los ingredientes del arte tienen la propia consistencia y su origen en el arte mismo. Y es en tanto espíritu puro como los sujetos reales se conforman a la obra. De ahí que si quiero trascribir una nueva secuencia me sea forzoso el rocío o la orina de los filósofos. Sangre almacenada, media existencia, junto a orina y harina. La exposición de Tadanori Yokoo junto a Juergen Teller. Más que nada el suplicio para mí de encontrar problemática la coexistencia de la muerte y la vida, por ese orden. Existencia a la vez y existencia sucesiva.
Nada que ver con los jóvenes antes citados. La investigación de la utilidad es aquí turbia. El filósofo ambulante o artista de urgencia comienza por atacar, devorar. El oro potable se da a los enfermos o pobres, los encumbra, los somete a las vertiginosas mutaciones y cambios de escala del macro y microcosmos. Queda la sensación de que allí el artista es exterior y el desafío es similar al que se ha dado en mi última exposición parisina con el lema «Traigan a su rico». Un deseo por parte de esa sangre y de esa orina de tener un público. Se es médico súbito que «ataca» la enfermedad, y se es educador que censura, o tolera, el exhibicionismo de Teller. En definitiva, la proyección o multiplicación nos cierra el paso a la intimidad.
Pero la operación, con ello, no hace sino comenzar. Acabo de decir, pues, que nos vemos «multiplicados». Sea por formar una multitud, sea por ser impresionados. Buenos para dar un consejo, o para evangelizar. Por lo tanto un tanto mediúmnicos. El objeto a perfeccionar es la piedra. Ella también se ha proyectado. Toda nuestra preocupación es la piedra, que hay que restaurar, que hay que nutrir. La piedra que nos ha impresionado necesita escuchar, recibir, ser labrada. El peregrino que pone su mano en el pórtico de Santiago se bendice a sí mismo en la piedra. Y la piedra es fiel como fieles son los perros de ultratumba, los lebreles de Diana que somos nosotros en tanto prisioneros de esa piedra. Porque hay que decir una cosa. En esta mesa de operaciones también hay dos platos. En uno estamos nosotros en tanto ojos infectados, en tanto sangre y orina multiplicadas. Alimentados por el oro potable proyectado, somos semillas. En el otro plato está la piedra como base del cosmos. Inmensamente grotesca, ha perdido todas sus cualidades y pide ser de nuevo trabajada. Hay que señalar en ella una doble calidad, es agradecida y generosa, pero también ingrata y caprichosa. Y en ello se parece a la sustancia de que estamos hechos nosotros. ¿Qué hacen todos estos secretos en tu boca? parece decirme mi demonio familiar. ¿A dónde te va a llevar tu palabrería? Si al menos tuviese una relación, siquiera mínima, con tu trabajo de pintor. Melancolía, puro oscuro fluir de la melancolía. Operaciones con la marginalidad y la miseria. Milagros del excremento. Pienso en la yuxtaposición de mi «serie Saint-Cloud» con la parte seria de mi trabajo. El trabajo blando y el trabajo duro.
Se sabe del valor en poesía, para los chinos, del jade.
Yo digo, sintiéndome Goya, ¿quién cometió el suicidio de Potocki? ¿Quién es la Dextra Domini? Hoy he trabajado un cuadro en el que Berthe lee el Manuscrito hallado en Zaragoza. Un candelabro ha entrado en escena. De cinco velas. Sus ojos se han hecho verdes y han vuelto un poco verdoso todo el rostro. La ilusión de palacio de los horrores. «Si te publico me pierdo, si me callo yo no sé. No me queda más remedio que encomendarme al beber.» Les parece prohibido suicidarse, pero se han dado largamente el derecho de matar.
Quiero pedir perdón por una excesiva profundidad en todo esto, que hace pensar que escribo con fiebre alta. Ello constituye el interés de mi otra novela, Pleroma, en medio de su férrea estructura teatral, y de mi trabajo a lápiz de color, y no pensaba darle mayor profusión que una dosis de recuerdo. Medio cigarrillo. Cuando llega Berthe me hace tomar aspirina, parece que tengo un principio de gripe.
A las muníficas hormigas enseña el fuego del estío los contornos de un único planeta.
Quizá la hormiga muerta, serena al fin, y transportada, se permite mirar en otros fuegos... su mirada es menos que ceniza, como menos que su estío conocido los planetas no nombrados y sin frutos son doctrina pasajera de la larva y el cadáver, blancos, invernales, subterráneos.
Hormigas del norte y hormigas del sur, por turno vienen al fuego doctrinario, el mundo o planeta se divide y un cinturón de eterna hormiga a sí mismo en el sueño de la larva extraña o el cadáver lo vincula, a sí mismo en el munífico planeta no nombrado.
Es útil el invierno, a los ojos de ceniza de la hormiga para olvidar los contornos de ese planeta ardiente y ser larva sin serlo, como no puede ser camino el cielo del pueblo, ni el cadáver moverse por sí mismo, sino dormir en la cueva sin conciencia del blanco blasón o de la negra armadura, sin otra conciencia que el murmullo de la especie en su otro teatro y quizás la ecuatorial crueldad del fuego eterno que aún en la noche hermana norte y sur en un contorno circular que sólo es vida, vida, imposible ceniza.
Así pues, es vida la conciencia del cadáver, y recuerdo del contorno de la larva la figura del planeta, transportado en su cintura por la oscura vida, sereno y como blanco pensamiento de otro mundo o de la muerte.
Enfrente de la casa de mis padres había una loma, el cerro de San Miguel, y entre las pitas y el oro de la hierba seca una variedad ya inmensa de hormigas estivales.
El olvido sólo es posible en la completación del pensamiento, al otro extremo de la ignorancia. Porque la gimnástica del pensamiento nos saca de la inocencia, nos vuelve responsables de lo pensado, siendo como somos, no obstante, juguetes de Quien nos piensa, en relación a la culpa adquirida por pensar el olvido que nos purifica.
No tomaré el otro cuarto de té, de momento. Sospecho que el olvido inmerecido, como el perdón inmerecido concedido por Zeus a Ixión, agrava la condena. Mejor haría en reconstruir el contexto de mi pecado, puesto que éste no existe sino como consecuencia de mi ignorancia o incompletud de pensamiento. El esfuerzo por trabajar el detalle es penitencia, es la memoria la única que, con su dolor y su angustia, colocando un espejo frente a nosotros, nos puede hacer mejores. Una ensoñación de pertenencia me embarga y su carácter es reacio a la dialéctica, no comunicable, como hubiera dicho Pierre Klossowski. En tanto cristiano de nacimiento, el Antiguo Testamento se da en mí como nostalgia. ¿Qué otra cosa sino nostalgia, dolor de la memoria, es el "temer a Dios" que nos hace hombres dignos?
Como estuviera prohibido a los epoptes o autoptes de Eleusis el uso de la palabra a su sujeto, se explica así al artista que fui la extraña asociación de silencio y memoria.
Santa Teresa de Avila. El protocolo de la confesión en ella es un trámite penoso al que ella nunca ha querido «cogerle gusto». La escritura maniquea que estaba en juego, que podía mover con un gesto de mano las ruedas de la doctrina y del cosmos, señalando muy lejos en el regreso.
Los libros cumplieron su destino condenable pero liberador. La razón que desapareció estaba llamada a desaparecer, los libros me dieron el valor de separarme de ella y afrontar una dimensión ética que sólo como animal irracional podía asumir. La nueva razón, firmemente asentada en mi naturaleza, yo la llamaría Nueva Ley, o Ley de Amor. Es quizá al ojo vulgar la razón singular del loco, a lo sumo una especie de tendencia decadente propia al artista. Esa especie de maldad evidente tan chocante en Ignacio de Loyola, ese desplazamiento de todos los valores que se da en los Ejercicios Espirituales, como en las Confesiones o La Ciudad de Dios del citado San Agustín. Todo lo que no le gustaba a San Agustín de los maniqueos está en Santa Teresa. No me puedo sustituir a los que hacen los ejercicios conmigo, ni tampoco a todo el cosmos exterior que no hace nada. Cuando recibo las proyecciones que me sustituyen en el dolor, mi Ley de Amor es transgredida y corro a buscar un poco de Vacío, un poco de Nada.
La condición de túnel que tiene la existencia después, llegando al final, a la condición femenina nunca reconocida y que nos origina, aunque sea inconcebible como «libro», porque EL LIBRO COMO CUERPO DE MUJER solamente pide que sintamos placer, que nos abandonemos.
El primer libro que leemos es nuestro cuerpo, como al gato le enseña su cuerpo el camino entre las hierbas y el uso de purgantes. También es el último libro que leemos.
Miro con envidia la masa de producciones, en tanto pintura, del mercado contemporáneo. Y me digo, frente a tal gigantismo, hacen falta drogas muy duras que me saquen del enanismo de la provincia, de la clase media española. Y no obstante, me digo, lo he probado casi todo. También me digo que Andalucía en algunos aspectos es por su apertura algo así como «la California de Europa». ¿Por qué no sería entonces mi barrio del Albaicín y Sacromonte «el Berkeley de Andalucía»?
Sin el toque mágico de un buen encuadre comercial y mediático, la pintura nunca es suficientemente grande, suficientemente fuerte, suficientemente compleja. En la indigencia, los problemas formales van asociados a culpabilidad. Preparé mi primera exposición parisina en una sola semana. Pinté al pastel, y el fijativo a veces hacía desaparecer el sfumatto de tonos claros. Los cuadros se hicieron gracias al insomnio y la angustia. Hubo abundante champán y azafatas. Vendí el cuadro más grande de la exposición. Antes de enmarcarlo andaba enloquecido porque le había caído una mancha en el último momento. Escrupulosamente lo restauré volviendo a pintar la parte dañada.
Conozco el síndrome de sentirme un chico gogó. De estar constreñido a mostrar que «flipo» con todo lo que se me presenta, por parte de galeristas, profesores, periodistas, coleccionistas, siquiera sean de tercera o cuarta fila. Y unirme a la masa electrizada de los flipados. Hasta perderme, anonadarme y regresar a mi ámbito de trabajo totalmente vacío. Es decir, lleno de los gadgets intelectuales de ocasión que por generación espontánea se suscitan en tales ocasiones.
Es quizá un alimento intelectual, ese tipo estéril de autopromoción. Necesito también yo referirme a los otros, siquiera sea con la fraseología de segunda mano que me ha venido acompañando. Y mi propia charlatanería. En el yoga son todo señoras con aspecto de profesoras o bibliotecarias las que hacen los ejercicios conmigo, con algún ligero bufido amortiguado que les oigo en mitad de lección al fondo de la sala. Pero mi mente está constantemente en el ámbito de los pintores, pintoras y galeristas.
Recientemente me sorprendí con hedonismo de encontrar en gente de mi edad el tipo de pintura que me gustaría hacer: ciertos cuadros de Valerie Fabre, los de Stéphane Pencréach y los de Jonathan Meese. Situarme, entonces, como público me induce un placer relativamente fatal; mi relación a mis propias imágenes se problematiza triplemente: por su injustificación respecto a mí y mis limitaciones, respecto a las negativas del mercado o de los galeristas, y respecto a la perfección de lo ya existente.
Y se plantea el enigma de la envidia. Lo que entra por el ojo. Una pulsión verdosa que se instila en el alma. ¿Qué hacer con esa nata u óxido verde, con esa fuerza que nos transmuta en seres amargos? ¿Fabricar vitriolo? Caso de hacer esto último debiéramos dar al vitriolo una utilidad filantrópica. La de resolver las otras pesadeces, las otras envidias. Deberíamos tomar en nuestra mesa de operaciones el oro verde, u oro proyectado, y casarlo con la plata femenina de nuestras incubaciones, que no son otra cosa que la piedra blanca o piedra proyectada. El connubio tendrá lugar siempre en un vaso desplazado, de dos entradas. Invierno y primavera. Muchos artistas y filósofos quisieran terminar pronto a través de proyecciones de vitriolo sobre su plomo, sobre el plomo de los filósofos. La baja categoría de su segunda piedra, o de su piedra desplazada, nos hace pensar en la fuerza efímera de Faetón o de Icaro. Mi maestro escondido, es decir, el genio familiar, me aconseja separar dos platos en mi laboratorio. El plato del vitriolo, con el vitriolo en el fondo. El plato de la luna de miel, con el coito del león verde y de su monja o Diana. El sumo cuidado que requiere escribir sobre esta esposa hace de mí un filósofo salvaje muy mercurial. Es en el mercurio en el fondo del plato en el que, como sobre una cama, el vicio y la virtud se aúnan y se sintetizan. Envidia y Admiración se funden, quedando de sus colores solamente el excremento. Y es en la disolución de ese excremento sobre el espejo donde una serie de líneas o de signos van a escribirse o dibujarse sobre el plato. Destino o Fortuna, o ambas cosas en tanto andrógino, el nuevo mercurio sólido está en condición de digerir, quizás, y esto aún no lo he llevado a cabo, en una lenta digestión el vitriolo del otro plato y con ello «dorarse».
Un fondo delirante hace de este lenguaje, convengo totalmente, un idiolecto en el que la interpretación no conoce límites, en el que la razón es transgredida, como ciencia del significado, por un significante perverso, por un significante que se ha otorgado como ley la de permitir todo sin restricción a la interpretación y al inconsciente. El momento personal en que tuvieron lugar mis lecturas alquímicas primeras coincidió con la irrupción en mi vida de una cierta locura o enfermedad. No obstante, pude paulatinamente poetizar esa interpretación, decirme que alquimia, astrología o tarot eran formas particularmente matemáticas de la poesía. Así lo sigo entendiendo en gran medida. Por ello mismo me atrevo a aventurar un poco más en este Arte.
Demasiado preocupado de costumbre por mi propia fortuna y la de mi concubina, las operaciones por la salud de los otros se me aparecen como una gran complicación de la que suelo desistir de antemano. No obstante, están presentes en los préstamos de mi obra. Lo que un préstamo estilístico hace en una pintura o dibujo es generar intereses a favor de la mirada exterior. El mirón o artista exterior experimentaría una ganancia. Es estrictamente el caso en la hipóstasis de toda modelo. El retrato o el desnudo son ejemplos cabales de intensificación.
Pero no puedo referirme aquí de forma directa a mis amigos o parientes. Los ingredientes del arte tienen la propia consistencia y su origen en el arte mismo. Y es en tanto espíritu puro como los sujetos reales se conforman a la obra. De ahí que si quiero trascribir una nueva secuencia me sea forzoso el rocío o la orina de los filósofos. Sangre almacenada, media existencia, junto a orina y harina. La exposición de Tadanori Yokoo junto a Juergen Teller. Más que nada el suplicio para mí de encontrar problemática la coexistencia de la muerte y la vida, por ese orden. Existencia a la vez y existencia sucesiva.
Nada que ver con los jóvenes antes citados. La investigación de la utilidad es aquí turbia. El filósofo ambulante o artista de urgencia comienza por atacar, devorar. El oro potable se da a los enfermos o pobres, los encumbra, los somete a las vertiginosas mutaciones y cambios de escala del macro y microcosmos. Queda la sensación de que allí el artista es exterior y el desafío es similar al que se ha dado en mi última exposición parisina con el lema «Traigan a su rico». Un deseo por parte de esa sangre y de esa orina de tener un público. Se es médico súbito que «ataca» la enfermedad, y se es educador que censura, o tolera, el exhibicionismo de Teller. En definitiva, la proyección o multiplicación nos cierra el paso a la intimidad.
Pero la operación, con ello, no hace sino comenzar. Acabo de decir, pues, que nos vemos «multiplicados». Sea por formar una multitud, sea por ser impresionados. Buenos para dar un consejo, o para evangelizar. Por lo tanto un tanto mediúmnicos. El objeto a perfeccionar es la piedra. Ella también se ha proyectado. Toda nuestra preocupación es la piedra, que hay que restaurar, que hay que nutrir. La piedra que nos ha impresionado necesita escuchar, recibir, ser labrada. El peregrino que pone su mano en el pórtico de Santiago se bendice a sí mismo en la piedra. Y la piedra es fiel como fieles son los perros de ultratumba, los lebreles de Diana que somos nosotros en tanto prisioneros de esa piedra. Porque hay que decir una cosa. En esta mesa de operaciones también hay dos platos. En uno estamos nosotros en tanto ojos infectados, en tanto sangre y orina multiplicadas. Alimentados por el oro potable proyectado, somos semillas. En el otro plato está la piedra como base del cosmos. Inmensamente grotesca, ha perdido todas sus cualidades y pide ser de nuevo trabajada. Hay que señalar en ella una doble calidad, es agradecida y generosa, pero también ingrata y caprichosa. Y en ello se parece a la sustancia de que estamos hechos nosotros. ¿Qué hacen todos estos secretos en tu boca? parece decirme mi demonio familiar. ¿A dónde te va a llevar tu palabrería? Si al menos tuviese una relación, siquiera mínima, con tu trabajo de pintor. Melancolía, puro oscuro fluir de la melancolía. Operaciones con la marginalidad y la miseria. Milagros del excremento. Pienso en la yuxtaposición de mi «serie Saint-Cloud» con la parte seria de mi trabajo. El trabajo blando y el trabajo duro.
Se sabe del valor en poesía, para los chinos, del jade.
Yo digo, sintiéndome Goya, ¿quién cometió el suicidio de Potocki? ¿Quién es la Dextra Domini? Hoy he trabajado un cuadro en el que Berthe lee el Manuscrito hallado en Zaragoza. Un candelabro ha entrado en escena. De cinco velas. Sus ojos se han hecho verdes y han vuelto un poco verdoso todo el rostro. La ilusión de palacio de los horrores. «Si te publico me pierdo, si me callo yo no sé. No me queda más remedio que encomendarme al beber.» Les parece prohibido suicidarse, pero se han dado largamente el derecho de matar.
Quiero pedir perdón por una excesiva profundidad en todo esto, que hace pensar que escribo con fiebre alta. Ello constituye el interés de mi otra novela, Pleroma, en medio de su férrea estructura teatral, y de mi trabajo a lápiz de color, y no pensaba darle mayor profusión que una dosis de recuerdo. Medio cigarrillo. Cuando llega Berthe me hace tomar aspirina, parece que tengo un principio de gripe.
A las muníficas hormigas enseña el fuego del estío los contornos de un único planeta.
Quizá la hormiga muerta, serena al fin, y transportada, se permite mirar en otros fuegos... su mirada es menos que ceniza, como menos que su estío conocido los planetas no nombrados y sin frutos son doctrina pasajera de la larva y el cadáver, blancos, invernales, subterráneos.
Hormigas del norte y hormigas del sur, por turno vienen al fuego doctrinario, el mundo o planeta se divide y un cinturón de eterna hormiga a sí mismo en el sueño de la larva extraña o el cadáver lo vincula, a sí mismo en el munífico planeta no nombrado.
Es útil el invierno, a los ojos de ceniza de la hormiga para olvidar los contornos de ese planeta ardiente y ser larva sin serlo, como no puede ser camino el cielo del pueblo, ni el cadáver moverse por sí mismo, sino dormir en la cueva sin conciencia del blanco blasón o de la negra armadura, sin otra conciencia que el murmullo de la especie en su otro teatro y quizás la ecuatorial crueldad del fuego eterno que aún en la noche hermana norte y sur en un contorno circular que sólo es vida, vida, imposible ceniza.
Así pues, es vida la conciencia del cadáver, y recuerdo del contorno de la larva la figura del planeta, transportado en su cintura por la oscura vida, sereno y como blanco pensamiento de otro mundo o de la muerte.
Enfrente de la casa de mis padres había una loma, el cerro de San Miguel, y entre las pitas y el oro de la hierba seca una variedad ya inmensa de hormigas estivales.
El olvido sólo es posible en la completación del pensamiento, al otro extremo de la ignorancia. Porque la gimnástica del pensamiento nos saca de la inocencia, nos vuelve responsables de lo pensado, siendo como somos, no obstante, juguetes de Quien nos piensa, en relación a la culpa adquirida por pensar el olvido que nos purifica.
No tomaré el otro cuarto de té, de momento. Sospecho que el olvido inmerecido, como el perdón inmerecido concedido por Zeus a Ixión, agrava la condena. Mejor haría en reconstruir el contexto de mi pecado, puesto que éste no existe sino como consecuencia de mi ignorancia o incompletud de pensamiento. El esfuerzo por trabajar el detalle es penitencia, es la memoria la única que, con su dolor y su angustia, colocando un espejo frente a nosotros, nos puede hacer mejores. Una ensoñación de pertenencia me embarga y su carácter es reacio a la dialéctica, no comunicable, como hubiera dicho Pierre Klossowski. En tanto cristiano de nacimiento, el Antiguo Testamento se da en mí como nostalgia. ¿Qué otra cosa sino nostalgia, dolor de la memoria, es el "temer a Dios" que nos hace hombres dignos?
Como estuviera prohibido a los epoptes o autoptes de Eleusis el uso de la palabra a su sujeto, se explica así al artista que fui la extraña asociación de silencio y memoria.
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