En los momentos de angustia, como éste, siempre me dije que el trabajo en tanto que arte, y viceversa, junto al amor por los más jóvenes, que no conocen el por qué de tanta tragedia, y que sin embargo se ven inexorablemente involucrados por la fuerza de las cosas, eran los dos únicos pilares, las dos únicas piernas de mi cuerpo para mantenerme de pie en la noche.
El teatro escandalizaba a los Padres de la Iglesia, como antes a los paganos les habían escandalizado otras barbaries de sus predecesores, seguramente. Y el teatro sigue siendo esa quimera por la cual el trabajo del pintor, del escritor, al encarnarse y hacerse casi vida, quedándose en un "casi" se vuelven incomprensiblemente excesivos, imposibles.
El teatro persiste a pesar de las persecuciones a las que lleva el celo del santo. El mal debe seguir presente en el mundo si el hombre debe de hacer su camino. La supresión de una serie de pequeños teatros comporta un inmenso teatro de horror apocalíptico, y así se suceden sin que nos demos cuenta las existencias de mal actor de cada ser humano.
Séneca, suponemos, habría sido un sabio. Y sin embargo el pupilo que se le había confiado, Nerón, lo lleva al suicidio. Al margen de que hubiesen tenido, como tuvieron, una función en la Historia, ambos escribían teatro en verso. Suetonio insiste en que a pesar de sus defectos, la condición de artista, mejor o peor, no era un postizo o un añadido en Nerón, y que pasaba noches enteras corrigiendo sus poemas de su puño y letra. Suetonio dice que no termina de entender cómo puede ser éste el hombre, pero que no ve posible pasar por alto esa paradoja de la verdad.
En el caso de Nerón, una ambición, quizás, de serlo todo al mismo tiempo, posiblemente consecuencia involuntaria del exceso educativo de su maestro, le lleva a encarnar en sí mismo las abyecciones mayores. Me interesa hacer notar su único gesto de humildad. Al serle negada la iniciación en los tradicionales misterios de Eleusis, corazón de toda la cultura antigua, acepta dócilmente el rechazo, sin represalias ni amargura, porque necesita que se reconozca abiertamente el único pecado que volvía impuro al catecúmeno pagano, el mismo que pone en escena la tragedia de Edipo, y que él consumó con su complicada madre.
No hay escapatoria a la condición humana, porque es en parte divina, y ahí está el cáliz amargo del huerto de los olivos, como lo está para el artista la malignidad intrínseca a sus aspiraciones de belleza y esplendor, y si no, vuelvan ustedes a mirar la existencia de Nerón y Séneca, suicidas a pesar de ser emperador el uno y filósofo el otro, como desfiguradas representaciones de Cristo sin esperanza.
A la muerte cristiana, en el caso de Pedro, que se confronta a la pregunta ¿dónde vas? o de Cristo, que llora y se desespera totalmente en el Huerto de los Olivos, sucede una mansedumbre y una amarga dulzura para dejarse morir, donde el pagano Séneca o Nerón se entregan a la pomposa iniciativa del suicidio. El cristiano convierte la melancolía en un diálogo sordo con el hombre y con Dios que no parece interrumpirse con la muerte. Es un encantamiento que sale del ámbito teatral para perderse en el detalle difuminado del propio teatro humano. El humo es ceniza que vuela, la vida era fuego y por siempre quimera.
Manuel Montero
(para leer "NERON Y LA CATEDRA DE ROMA, o El Arte de molestar al sabio"; clicar en este enlace)
Si no, he estado buscando en los archivos del blog dos cuentos de los once que le escribi a mi hijo por carta de papel cuando era mas chico. Normalmente estaban en linea; pero ha habido tantos trasteos... y no me extranaria que algun envidioso hubiese querido apropiarselos. Eran para él, asi que eso es robarle a los hijos, y mandaria al Infierno al descerebrado que se le hubiese ocurrido poner ahi su firma en vez de la mia, aun mas cuando yo mismo releo los once cuentos y me doy cuenta de la cantidad de defectos que tienen :
La mesa del Tiempo
o De cómo las musas
provocaron el incendio de Roma
o De cómo las musas
provocaron el incendio de Roma
Antes de quemar Roma, el emperador Nerón, hombre malvado pero con inquietudes de artista, llamó a su buen maestro el filósofo Séneca, y le dijo: "Necesito un resumen de todo lo que hay en el mundo..." Y añadió, por si quedaba algún tema por resumir: "Y de lo que hay fuera del mundo, también."
Las musas acudieron a la memoria del filósofo, con todas las informaciones necesarias sobre la realidad y la surrealidad. Estaba muy contento porque las musas, que, como sabéis son invisibles salvo que las pintemos en un cuadro, y son nueve, le habían ayudado a hacerse una chuleta en un papel redondito, es decir, con la forma del mundo.
Pero le faltaba la surrealidad. Es decir, lo que hay fuera del mundo. Parece ser que para Nerón la cuestión revestía cierta importancia, no sabemos por qué. O sólo fue un capricho pasajero, pero suficiente para pillar en falta a Séneca. "Pon también lo que te estamos diciendo sobre la surrealidad. Nerón te lo ha pedido y estaría feo no decírselo", decían las musas a Séneca. Y Séneca, que había pasado toda la noche escribiendo su chuleta circular, en forma de mundo, y que estaba cansado, les respondía bastante agobiado: "Pero es que no sé cómo poner esas últimas cosas por escrito. Y además me falta papel."
La musa principal, que había hecho casi todo el trabajo de resumir, le dijo: "Bueno, pues si te falta papel, coge madera". Y le señaló la mesa en la que estaba escribiendo. La mañana se acercaba y Nerón llegaría con su guardia, quién sabe si con buen o con mal humor. En un plis-plas, todo pasó. Nerón abrió la gran puerta de la biblioteca. Una corriente de aire se llevó la chuleta de papel por la ventana. La musa, justo antes de desaparecer, para darle madera (intelectual) a Séneca, y como era la musa más fuerte, le acababa de arrancar una de las cuatro patas a la mesa del filósofo. Y Séneca tenía que explicar todo eso.
"A ver, Séneca", dijo Nerón, impaciente, "¿y el resumen?".
"Que me traigan el desayuno. Estoy molido de escribir", dijo el filósofo.
Le trajeron un huevo frito con lechuga.
"Bueno", empezó, "en el centro del mundo estás tú, oh emperador, como la yema de este huevo frito". "La zona blanca de la clara son las personas que te son fieles, es decir tu esposa Popea, la guardia pretoriana y yo, tu maestro". "Luego viene la lechuga, con su vinagreta, que son las dificultades que plantea el gobierno de tu imperio. La principal es la envidia que todos te tienen, y por eso la lechuga es de color verde." Y para concluir su improvisación, un poco trasnochada, porque las cosas verdaderamente sabias, inspiradas por las musas, acababan de salir volando con la corriente de aire, Séneca iba a añadir: "Y esta mesa redonda donde está el desayuno representa el mundo en su totalidad", con lo cual sólo le hubiera quedado por añadir la conclusión. Pero la mesa era cuadrada, no redonda como el mundo, así que miró primero a Nerón, luego miró despacio la mesa, que empezaba a cojear por la rotura de la pata, y dijo: "y esta mesa cuadrada donde estás tú, tus personas queridas y tu imperio, es el Tiempo, que es cuadrado y tiene cuatro partes: Primavera, Verano, Otoño e Invierno."
Nerón entonces dijo que quería contemplar de cerca esa representación de la realidad, y sobre todo el centro o yema, ya que se trataba de él mismo. Pero al apoyarse en el lado de la mesa al que le faltaba la pata todo se resbaló hacia él. El desayuno de Séneca se cayó, y el huevo dejó una mancha muy difícil de lavar en la lujosa túnica de Nerón. "La culpa es tuya, idiota", dijo Nerón, "prepárate a morir si no terminas tu resumen. A ver, ¿qué es lo que hay fuera del mundo, o del Tiempo, de forma resumida?"
Séneca, que era ya viejo, y que tantas veces había regañado al emperador cuando éste era un niño revoltoso, no pudo reprimir más su rabia y su desesperación y se puso a darle azotazos con la pata de la mesa. "Toma, caprichoso, aquí tienes resumido, a modo de garrotazos, lo que no está en el Tiempo, un pobre trozo de madera..."
La cruz de los cristianos, habría añadido algún autor piadoso, acerca de ese trozo de madera otorgado por las musas, aunque yo prefiero pensar que esa surrealidad era el final del Tiempo en un sentido más relacionado con el trabajo, siempre frágil, del creador de la mesa o de la musa obligada a escaparse y desaparecer.
Disculpa, Baltasar, si este cuento te parece, como quien dice, más denso que los otros, o más caprichoso.
Con todo mi cariño,
tu padre.
Las tentaciones de San Antonio
El cerdo de San Antonio no sólo hacía compañía al santo monje solitario, en el desierto de la Tebaida, sino que entre los dos habían aprendido a comunicarse. No digo hablar con palabras, pero sí intercambiar ideas. El buen cerdo, con su inteligencia, quizá ayudó al ermitaño en el camino de la santidad, como Sancho Panza, más tarde, ayudaría a Don Quijote en el de la genuina Caballería.
Pero todo esto es ponerse a hacer prólogos, que deben evitarse en los cuentos para niños, e incluso las propias tentaciones del santo las tendremos que simplificar porque eran algo complicadas, consecuencia de comer poco y el aire misterioso del desierto. Vamos a ver qué hacía el cerdo. Avisaba cuando se acercaba gente, porque era una zona a veces con bandidos. El cerdo conocía cuales eran los discípulos del santo y cuales no. Ayudaba a encontrar hierbas curativas, y, sobre todo, comida. Mendigaba, también, para el santo, porque cuando la gente veía al cerdo, le daba pena y daban algo de comer a los dos. Pero sobre todo el cerdo lo despertaba todas las mañanas, cuando el santo estaba soñando sus tentaciones, y con sus pequeños gruñidos le devolvía el sentido de la realidad.
Una rara lluvia del desierto, que a veces tiene lugar, caía sobre la cueva del santo, y éste se había quedado dormido. Hacía poco tiempo que había decidido ser santo, así que todavía no había tenido ninguna tentación. Como veréis se trata de simples pesadillas como las que tenemos todos a veces, pero San Antonio consideraba que tenía que luchar con ellas, o, en todo caso, aprender algo especial de ellas. Su fiel cerdo ya estaba con él. Los pintores de la Edad Media lo representan con unos pelillos tiesos, un poco parecidos a los de los cepillos de dientes, pero algo más cortos, y con una campanita colgando de la oreja, para avisar por dónde iba.
Esa primera noche, u hora de la siesta, el santo se imaginó que ya se había muerto. Estaba enterrado, según la vieja usanza, en una tumba. Los demás muertos lo recibían con una fiesta. "Fíjate", le decía uno, "ya estás muerto y no te ha dado tiempo a ser santo y todo eso que tú querías". Se despertó de muy mal humor, muy temprano, y se puso a hacer ruido en la cueva cambiando los libros de sitio y arrastrando la silla donde pensaba escribir sus milagros, tentaciones, o lo que fuese surgiendo. "¿Qué pasa?" indicaba con gestos el joven cerdo. "Pues que he soñado que estaba ya muerto". "En cierto modo", decía el cerdo moviendo la cabeza, "así ya ha pasado lo peor. En vez de enfadarte, y ya que sigues vivo, aprovecha un poco la mañana y ordena. O ponte a leer la Biblia o alguno de esos libros buenos que te has traído al desierto, y sigue aprendiendo."
San Antonio, como ocurría en su época, y todavía hoy día entre los más fanáticos, no solamente creía en Dios, sino en la existencia de los demonios. Así es natural que al miedo normal de ser atacado por bandidos se añadiese el miedo supersticioso. "Es un fanático", pensaba el cerdo de San Antonio. Pero se quedaba con él porque dos se defienden mejor que uno. Un día un lobo de verdad se acercó a la cueva. Había que tener cuidado y no salir. Así que San Antonio abrió su libro y apuntó: Segunda tentación (después del sueño de la tumba). "Aparición del diablo en forma de lobo muy, muy feroz, con dientes que arrastran hasta el suelo, y orejas de punta que llegan hasta el cielo." Luego pensó que si las orejas llegaban de verdad hasta el Cielo, escucharían los consejos de Dios, y el lobo entonces no sería el diablo. Así que lo cambió, el final, y puso, "y con orejas gachas y el rabo entre las piernas (que quiere decir asustado de todo y muy dócil)."
Cuando llegó el verano, y se les agostó el huertecillo, el cerdo y San Antonio se acercaron a una selva a buscar algún tipo de fruto o tubérculo para comer. "¿Por qué se me aparecen los dioses de la memoria, y no Jesucristo, que debiera ser el verdadero?" exclamó San Antonio poniéndose de rodillas. El cerdo, que buscaba turbérculos, dejando buscar la fruta a San Antonio, por ser más alto, se acercó a escucharlo y preguntarle otra vez: "¿Qué pasa?"
"MIra". San Antonio señalaba, como cuentan las crónicas de San Atanasio, la copa de un árbol, con un largo leopardo acomodado a una cómoda rama.
"Vámonos de aquí", le daba a entender el cerdo con empujones para levantarlo.
"¿No te parece un excelente animal de compañía?" preguntaba a su cerdo, acerca del majestuoso leopardo, el santo. "¿Te parezco poco majestuoso yo?" dijo el cerdo, "no tengo manchas por todos lados, como él. Y además... además ese leopardo es... es otro demonio, muy maloliente y muy carnívoro, seguro." Lo dijo para ver si colaba, ya que la otra vez San Antonio había tomado por demonio al lobo.
"Ah, sí, querido cerdo, gracias por ayudarme a resistir a la tentación, vámonos..."
Menos mal que les dio tiempo a recoger una piña llena de piñones, y unas uvas tempraneras, que a pesar de que la Canícula no hacía sino empezar, ya estaban maduras. Pudo ser de milagro.
Cuando llegó el invierno, bajó del norte un artista egipcio que tenía como animal de compañía una osa casi salvaje, pero que él estaba domesticando. El santo se volvió a poner de rodillas. Muchos pensamientos le hacían sentir que estaba en un sueño. El artista egipcio adivinó que el santo era supersticioso y le ofreció un secreto de la osa a cambio de un poco de dinero. San Antonio dio unas monedillas. La osa le explicó que ella era la Osa Menor, o sea, la estrella que señala el Norte y alrededor de la que gira el eje de la Tierra. Que había venido a verlo para que él la bautizase y que así toda la Tierra fuese cristiana.
De pura emoción, San Antonio se desmayó. Más tarde, el buen cochino lo despertaba a lametazos. "Esa osa era probablemente el demonio de otra pesadilla", decía San Antonio despertándose. El cerdo no dijo nada. Era otro animal de compañía, como él, y se habían hecho amigos en poco tiempo. La osa le escribía desde el circo, unas veces en las tierras del Danubio, otras en la India, o aún en Roma.
Los discípulos de San Antonio eran ya algo numerosos, venían a escuchar el relato de sus tentaciones. La famosa tentación de la tumba, la del lobo, la del leopardo, que es el animal de Dioniso o Baco, y ahora lo de la Osa Menor.
Ese deseo de escuchar más tentaciones hizo que algunos discípulos, por prisa, ayudaran a producirlas. Como cuando metieron una serpiente en el dormitorio de San Antonio. Pero antes tuvo lugar la maravillosa y terrible aparición de un león, en nada prevista.
Es cierto que en la Tebaida, cerca de las fuentes del río Nilo, hay realmente leones. Pero este león no era en nada un león común. Un sonido como de trescientas guitarras lo acompañaba a cada gruñido. Los discípulos y el cerdo estaban como dormidos, porque el león se aproximaba muy despacio, con paso gimnástico y felino.
"¿Sabes que te puedo comer?" dijo el león. "No tengo miedo. Tú no eres un león como los otros", respondió San Antonio. "¿Sabes que soy el Rey de la Naturaleza?"
"Lo sé", respondió el santo mientras todos dormían, "pero yo no te estoy esperando a ti, sino al Rey del Cielo, que es Jesucristo. ¿Eres tú, acaso?" "No, no lo soy", dijo el león, ardiendo como una hoguera, y desapareciendo.
Estaba muy contento San Antonio de cómo había tenido lugar la tentación del león, y se puso a ordenar la cueva alegremente y luego se tumbó un rato a saborear su felicidad y pensar cómo iba a contarlo todo.
El cerdo veía a los discípulos más revoltosos muy atareados en el ventanuco de la cueva, pero no sabía qué estaban haciendo. Estaban metiendo la serpiente. Tenían preparado un texto para leer por una trompetilla, como si fuese la serpiente. "Soy la serpiente o Dragón que está por encima de la Osa Menor en el Cielo. Al lado de la estrella del Norte está el punto alrededor del que gira, no ya la Tierra, sino el Cosmos entero, el eje del mundo." El viejo ermitaño vio la serpiente, tuvo un escalofrío. Le hizo sitio en el camastro y se quedó quieto, meditando. Desde fuera de la cueva los discípulos escuchaban atentamente, a ver si decía alguna tontería.
Entonces, otra vez, y es bastante raro, estalló una tormenta con truenos, rayos de fuego, diluvio de mucha agua, una verdadera inundación. Se fueron todos en un barquichuelo, muy asustados. El cerdo entró en la cueva y vio a San Antonio con la serpiente, en medio de las aguas. La serpiente cogió al cerdo y al santo y los llevó por el oleaje sobre su lomo hasta un lugar seco.
"Cuando el discípulo está listo, el maestro llega", dice un verso del yoga, que San Antonio conocía, "¿ves, querido cerdo? Esos discípulos me han regalado, con sus bromas de ignorantes, y de irresponsables, la preciosa y salvadora serpiente de la Sabiduría. No tiene veneno, toda ella es larga y sinuosa como el camino del solitario, y en medio de las aguas está seca, o como la serpiente de Moisés, en medio del seco desierto hace correr el torrente de una fuente."
"¡Cómo se complace mi amo en sus visiones, y qué orgulloso está!", pensaba con una cierta melancolía nuestro querido cerdo. Iba con la cabeza gacha, olisqueando el suelo, y un escorpión del desierto le dio un picotazo con el aguijón de la cola y dos pellizcos con las pinzas. Ante tanto dolor que sentía, el cerdo se preguntaba de dónde podía salir tanta maldad, con sólo levantar una piedra.
Gritaba y tenía el morro hinchado por el veneno. San Antonio lo cuidó. Al fin y al cabo era su único amigo, así que le estuvo restregando hierbas curativas por los hocicos, para hacerle escupir el veneno. El cerdo lloraba y no quería que lo dejasen solo, necesitaba que su amo le hablase todo el rato. Así que San Antonio le estuvo contando la fundación de Roma, desde el origen de la dinastía de reyes romanos en la antiquísima ciudad de Troya, de la que habla Homero largamente en la Ilíada. Esa es una vieja leyenda que no toma en cuenta la existencia de los etruscos, que son los verdaderos antepasados de los romanos. Pero Virgilio, otro poeta, dice que un abuelo de Rómulo y Remo, los gemelos fundadores de Roma, era "el pío Eneas", y que venía de Troya. "¿Y qué tiene esto que ver con el escorpión?", parecía decir en sus lloros el cerdo.
"Ese escorpión se me hace a mí que a su manera es una suerte de demonio que habría venido a tentarte, o sea, picarte, a ti, como representante mío entre los seres pequeños. Y ten por seguro que es una alta representación de la maldad del mundo, y de su misterioso poder. Por eso te duele tanto. ¿Sabes que la ciudad de Roma, que domina tiránicamente todo el mundo, por las armas, y por otros medios más disimulados, como el espectáculo y la religión, ha escogido para fundar su poder, entre todos los signos del zodiaco, el signo del Escorpión? No te extrañe que los emperadores y los pontífices (o sea el Papa de Roma) sean en cierto sentido venenosos y lleguen a afectar, incluso en la soledad y el recogimiento del desierto, el hocico de un pobre cerdito inocente que no estaba pensando en nada, como tú, y que ahora se extraña grandemente de lo que encontró debajo de la piedra. Pero, ea, fíjate cómo ha bajado la inflamación con las hierbas y con la conversación."
"Es verdad, me siento mejor. Pero apunta bien en tus tentaciones este episodio, porque ha sido el peor de todos."
Estaban en lo alto de una montaña del desierto, donde los había llevado la mágica serpiente, y esperaban debajo de una acacia, que es un árbol de clima cálido, que hiciese menos calor para bajar a buscar el camino de la cueva. San Antonio canturreaba o rezaba mantras o poesías. La emoción de la montaña le hacía volar con el corazón. "Verdaderamente se nota que, ahora, está volando por medio del cielo, en su corazón, mi querido San Antonio, con esa mirada vagabunda mirando todo el horizonte", se decía el cerdo, que no podía desviar la vista de la cara ya un poco vieja del santo.
Efectivamente era una tentación o un apocalipsis lo que le pasaba por el corazón. Estaba en medio del aire, sostenido sobre las alturas por la fuerza del corazón. Entonces tomaba conciencia de que el aire, intermediario entre Dios y los hombres, estaba poblado como de genios al principio invisibles, y luego poco a poco reconocibles por su aspecto. Unos eran soldados del amor, otros lo eran del odio y el rencor eterno. Se estaba preparando una batalla y San Antonio, en medio del aire, era testigo de todo. Se le representa con unos demonios con cara de culo y brazos de saltamontes que le están tirando de la bata. Esta tentación y la de las mujeres son las más conocidas de San Antonio y se ven muchas variaciones según cada pintor. Los hay que aprobechan para dibujar en una especie de gran batalla todas las enfermedades conocidas, como si pudiese servir el cuadro así como una especie de mapa medicinal.
No sabemos decir si estaba todavía en el aire, porque todo pasaba debajo de la acacia, cuando tuvo la siguiente tentación, la del disco de plata y la masa de oro. Se puede resumir diciendo que estaba cansado de no tener nunca dinero, de vivir con lo puesto, y el pobre, en su imaginación, en vez de soñar con muchas monedas, soñaba con una sola, pero enorme. También era una representación de un espejo, porque la plata cuando está muy pulida refleja nuestra imagen. Y él estaba triste porque se veía vestido con el batín de ermitaño de toda la vida, mal peinado, con ojeras, y acompañado de un cerdito profundamente dormido en su siesta. Fue ver al cerdito lo que le enterneció el corazón y le hizo pensar en otra cosa. La masa de oro, más que deseo, le daba la sensación de que lo iba a aplastar, porque la perfección es inaguantable.
Así pues, ¿estaba en los aires, o sólo sentado debajo de la acacia? Porque la siguiente visión fue el mundo, y no es lo mismo verlo desde arriba que desde dentro. En todo caso, se lo figuraba como un pescador que lanza una red que enreda todo y que recoge para su barca todo lo que existe, sin que nada, o casi nada, se escape. Pero a la vez la red era de agua o de aire húmedo, y se lanzaba y se recogía una vez y otra vez, como una respiración presente en toda la realidad. El cerdo se estaba despertando y con gestos de insistencia le dijo: "Vamos a la cueva".
La diferencia entre San Antonio y Don Quijote, aunque los dos eran hombres sensibles a la belleza de las mujeres, es que Don Quijote había escogido como dama de sus pensamientos a Dulcinea. San Antonio no sabemos si le rezaba a la Virgen María, porque, a pesar de que ahora todos los católicos rezan el Ave María, en el siglo tercero o cuarto todavía predominaba la opinión de San Pablo, que le tenía algo de ojeriza, por ser mujer, y que en la epístola a los cristianos de Efeso, que es donde estaba exiliada María, me parece que muchas de las cosas desagradables que dice de las mujeres (sobre que tienen que estar tapadas y no maquillarse ni nada) son indirectas a María, que debía tener el carácter de una gran dama. Pero San Antonio, al contrario que San Pablo, seguramente quería mucho a todas las mujeres, además de a la madre de Cristo, porque si no no hubiese tenido la famosísima tentación de la mujer.
Vamos a ver, el cochinillo movía la cola de lo contento que estaba de ver a una chica guapa. Pero el asunto se convirtió en tentación por culpa de los discípulos, que habían vuelto, y que se inventaron un dispositivo para multiplicar la belleza y crear en nuestro querido San Antonio la alucinación de un ejército infinito de mujeres. Cuando esta mujer, interesada en conocer la vida de San Antonio, ya que estaba de paso por la Tebaida y ella también se interesaba en la mística, se acercaba a la cueva, los discípulos colocaron unos armarios con espejos a todo lo largo del camino. Eso multiplicaba la imagen de forma insoportable para el pobre viejo, que no estaba acostumbrado a ver tanto a la vez. Así que estuvo muy seco, muy tímido, y apuntó en su libro que ese día lo había pasado fatal. Hay hasta versiones budistas y chinas, que cuentan que para complacer al viejo santo la mujer se convirtió también en viejecita, y que a pesar de todo él seguía prefiriendo la soledad.
Luego San Atanasio cuenta otras tentaciones. No te preocupes, lector, no voy a dejar escapar ninguna que sea principal. Solamente decir que puede ser que la historia sea puramente fantástica, o que esconda algún secreto, ya que San Atanasio fue uno de los discípulos, el último, de San Antonio. Habla, parece ser, de un fauno, visión contraria a toda lógica, ya que es un hombre con patas de cabra. A lo mejor la imaginación de San Antonio era más viva que la nuestra. Seguidamente está el centauro, más conocido, pero que no tiene nada que ver con el cristianismo, y que San Antonio había podido ver en los frontones de los templos griegos. También es contrario a la lógica, porque es mitad caballo, mitad hombre. Puede ser que debamos en el futuro mezclarnos con los que son diferentes, y que nuestra lógica sea demasiado pequeña para un viejo como San Antonio. Se habla, también, de un muchacho negro. Mi opinión es que, muy probablemente, San Antonio lo adoptó, y que él heredó la cueva con los libros y el viejo cerdo, y fue organizando todo para hacer un museo o una ermita. Incluso sospecho que el muchacho negro es el propio San Atanasio, biógrafo de San Antonio, y último discípulo suyo.
La última tentación de San Antonio fue tener una estatua. Pero era contrario a los monumentos, le gustaban más las cosas sencillas. Y no obstante, de vez en cuando imaginaba estatuas, pensaba en las cosas, los dioses antiguos, el Dios nuevo, o él mismo en tanto santo, como si fueran estatuas que miramos y admiramos, y que en el fondo no significan nada, porque son de mármol o de bronce hueco. Hasta un troncho de sandía o una palabra se pueden considerar estatua, en la última filosofía mística que tuvo San Antonio. Estaba cansado, quizás, de escribir, de leer la Biblia y estudiar. El cerdito y su hijo adoptivo lo cuidaron mientras se moría, y le prometieron que sería famoso. Aunque más que estatuas, lo que sí existen son muchas pinturas góticas (y de Salvador Dalí alguna también) con San Antonio, como he dicho. La historia tal y como la he contado, con su cerdito, recuerda un poco el Quijote de Cervantes, que es una especie de segunda Biblia entre los españoles y que leemos varias veces todos en la vida. Pero como historia del Santo Antonio no creo que sea del gusto de los obispos españoles y del papa de Roma, ávidos, como el escorpión, de poder, que, como lo era al principio de su vida el santo, son bastante fanáticos, y les falta la imaginación y la fantasía del santo para dejar de serlo. La vida de San Antonio demuestra que ha habido a lo largo de la historia cristianos de otro tipo que el tipo que ellos nos quieren obligar a ser.
Manuel Montero
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