samedi 15 mars 2008

El destape II (espagnol)

Femme-nénuphar

LA COMUNA

Espacio de discusión,

Me dirijo a ustedes, o a vosotros, si preferís, con ganas de cambiar. He estado siempre en el mismo plan, con lo que yo llamo “una primacía del ego”. Ahora hay algo que no funciona, y está empezando a gustarme. El otro lunes tomé yohimbina, no para follar con ella, sino que salí a por pan al mercado antiguo. Me quedé extasiado en la pescadería. Luego tuve la sensación de que la ciudad estaba toda sonriente. En el espacio del mercado me sentía como si hubiese entrado en una cama redonda. Y pensé en vosotros.

CONSTRUCCIÓN

DE LA

COMUNA

En qué extremo del universo la avispa o el mono alfarero se pusieron a parodiar el vientre, cantando onomatopeyas, probablemente, mientras se entregaban a la primera edificación. Estaban en el encantamiento y el rencor de los mal-nacidos, insecto castrado por Natura la una, animal perverso el otro. La búsqueda de un mundo mejor, la edificación de la Jerusalem Celeste, ocupaban a Jane y Manuel con sus exaltaciones artísticas, sus cálculos sociales y su ebriedad apocalíptica.

Acarreando materiales de construcción Manuel tenía en la conciencia los Manolitos como él, pintados mitad femeninos, mitad masculinos en el infierno de lo escrito, por las sátiras españolas de Quevedo, Diego Torres y Cadalso (en Los eruditos a la violeta). Gorrones hasta en la muerte, enterrados de prestado, existencias provisionales y precarias. Su edificación era chabola.

CHABOLA

Lo era por todas las costuras. Si él quisiese hacerla sólido campamento veterotestamentario, Jerusalem, si él quisiese ver la luz y la trascendencia del bosque o de América salvaje en sus cuatro palos, en su suelo de tierra, en la locura de su nidificación, sus pulgas, su lecho de incesantes coitos, el vómito lejano de las fábricas, el paso rasante de los aviones de guerra, la incomprensión de la agricultura, entonces todo desaparecería, salvo los fantasmas.

Comenzó a edificar, entonces, por la intelección de los fantasmas.

El hedor del silencio, mientras un obrero orina sobre el violín, en el suelo, esperando salvarse así. Un vuelo en avioneta para reconocer los parajes. Un vuelo aún a ala batiente, o a nado en el cielo soñado. Palacios egipcios o burgueses en la ruina de unas enormes plantas secas. Todo fundamento es oracular, huellas o insignias del azar, que nos proyectan como cisnes en la inconmensurabilidad de nuestras distintas lagunas. Construir en el agua o el aire, construcción arraigada en el espectro.

Y hay que referirse ineluctablemente al grupo. A la tribu o la manada, a la horda de guerreros y amazonas. Estamos ocupando una parcela del mundo, hemos desposeído quizás a los genios del lugar, a la llorona muerte que todo lo quería ocupar, a la seca verdad apenas vestida de serpiente, apenas viva en su sedienta desesperación. Hemos venido a abolir las seguridades, los límites del pacífico idiotismo, y rencoroso. Vamos a entregarnos a la descripción de la ascensión del Manolito. Primeramente el abandono de la primera novia, asociada a lugares como la Universidad, que será ulteriormente tratada, como el Jardín Botánico. Ese jardín donde las esculturas tienen más movimiento que los propios novios antes, y después, de un tímido coito.

Segundamente la novia alcohólica, asociada a primeros titubeos profesionales en los que Manolito convoca a toda la cúpula cultural para finalmente ausentarse. Había habido un malentendido con las horas. Instado por su novia abandonó su propia inauguración para discutir interminablemente, en un bar que nunca volverá, después de cruzar media ciudad buscando a un amigo de ella.

Terceramente el momento presente en que Manolito escribe la presente (quinta novia, ya que me salto la tercera y la cuarta).

Cuartamente, dando un salto anacrónico, Manolito es lo que pudo ser su padre, sin haber llegado a serlo, un poeta. Y aquí ocurre el lugar y la topología fundadora. Habida cuenta de que la habitación del poeta es el cosmos o cielo, todo cabe dentro. La vemos iluminada por un halógeno débil o por tulipas insuficientes en muros quemados. El cosmos que ha ya ardido en las pasiones de la pretérita cristiandad. Es un hotel particular, una nave decimonónica, acomodada con esporádicos vestigios de electricidad doméstica. El Manolito que no tiene dónde caerse al envejecer, el personaje odiado por los escritores, el barbilindo, es en el estadio futuro, pero durante los años setenta de su padre, en tanto poeta, el personaje más inactivo y apático de la comuna. Puesto que el lugar en nuestro programa es el de la comuna. Él redacta un manifiesto donde muchachos y muchachas se disfrazan y entorno se monta el desmadre. Se escucha música, se fuma de todo, se hacen todos los experimentos, y el ya escéptico Manolito recorta perfiles en cartulina y los pega con frases sobre papel de seda o sobre las espaldas de las muchachas de pelo rizado. Sólo le falta asumir la mancha de Sócrates y escandalizar desde una castidad cómplice de todo lo juvenil.

En las antípodas del refreno y del doblez del profesor profesional, que es capón. Manolito es simplemente inocente, y el desenfreno lo salpica sin que él haga diferencia entre follar o escribir, entre permitir y ser visto como corruptor de las costumbres. Esa era la consumación esperada por la cúpula sin cópula, por los andrócratas y las ginecócratas.

Nacimiento de Dioniso

La dieta consiste en tomates, queso y fruta. Louise aconseja por carta a la más lúcida de la tribu. Compensar el exceso de yin en el yang con resquicios de requesón. Celebrar la pasta en su pesto con efusiones de cocacola.

La patata en el turquesa del último insomnio como aliada de la cebolla. Hacerla blanca por adición de leche. Hablar a la lengua y su memoria por la cosquilla del cilantro.

Con doble brío preparan arroz con coco. El titoté, que podríamos llamar el león verde o hiperión de esta gesta, exige la primera agua, la segunda es para cocer. Sobre todo no mezclar la carne del coco con el plato, el plato no debe ser mixto sino una especie florida y prístina de esos cereales.

cada remolino

es el imposible

del águila molecular

El budismo zen y la santería nos aglutinaban en torno a dietas aún más metafísicas. La inquietante abundancia de nuez moscada, las salsas sin ligar, un tanto crudas. Una repetición de la trucha y del salazón de maruca con avellanas. Cosas que hay que comer con cosas. Esto acompañado de esto otro. Camembert y Burdeos. Rioja y ensalada.

Las cosas últimas

Las dudas se suceden en mi mente calenturienta. Difuso pensador, no proceso el fértil instinto. Cuando Rufina y Maria José se desnudan, ante el recién llegado Ariel, yo esbozo un aplauso histérico y me abismo en mi parálisis. Digo que estoy muy apalancado, que empiecen sin mí. Y miro la manera en que ellas echan mano al pantalón de Ariel, lo retiran con crepitaciones de masacre de atunes, lo pliegan como las sábanas alargadas de un serpentino matrimonio y toman la banana rosada entre los labios. Muy sonriente, como en un anuncio de queso Ariel empuja sus dos cabezas hacia su cuerpo emperifollado de lobo.

El espacio de moqueta azul azafata y cojines que parecen camisa de mujik. El espacio que ellas llenan de sus piernas abiertas y su falta de naturalidad, tan lógica. El espacio que la luz del sol llena de esas piras de aire incandescente que emergen de los maternales sillones. El espacio que incluye la negrura de las cabezas, de las bandejas donde el líquido azabache humea en las tazas. El ébano líquido y una jarrita para la líquida nube.

Las dudas toman la forma de ojiva gótica, la mística impaciencia, el gótico es suicida y despectivo. Con el mantra digestivo de un amén. La vida me ha traído a una orgía y colmado mis peticiones disparatadas. Ahora corresponde hacer las cuatro o cinco tonterías que mi fantasía dibujaba en la noche solitaria. Poner una mano en la grupa de Rufina y la otra en el pubis de Maria José. Comprobarlo sedoso y cálido. Comprobar de alguna manera, en ausencia de pelo, sedosa y cálida toda su piel. Mojada ya por la blanca baba de Ariel su grupa sosa y excitada. Dragontina su respiración contenida cuando Ariel la toma, y ella me topa con la frente, esperando que yo tome su rostro y busto, quizás, o tan sólo que sea testigo de su rubor y su respiración dragontina.

Otra mujer espera semidesnuda, tomando una tila. Es delgada y su actividad teórica se descarga sobre una ojival paloma de papel, en nombre de la paz. Sus dedos la posan aquí y allá sobre la mesa de cristal ahumado. Sus pies parecen desligarse de todo calzado, dejando los zapatos colgados del pulgar. Mezcla de sirena y gacela azul. O bien una mujer migratoria, sostenida por la espiga de una de sus antenas. El lujo de cerámica que tienen las tejas blancas desde la terraza. Los libros de cartón que parecen de un rubio gigante. La paloma de papel es la creación en cuanto prototipo blanco de la luz del cielo. Su geometría espejeante, su plegarse, es el estarse tranquilo de la mente del seno materno que todo lo acoge. Cuando Sandrina llega, verificado el concierto, la flaca la recibe y ambas, la gorda y la flaca, parecen dos especies de cobra y culebra, o dos ramas gangéticas, en simétrico y doloroso pasatiempo.

Sólo porque hemos llegado a ellas ocurren las cosas.

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